A
veces, al pasar frente a una casa deshabitada tenemos la impresión
de que podríamos reconstruir el momento en el que la
abandonaron sus últimos moradores: el postigo que se cierra
para siempre en las manos de alguien que lleva una maleta o la puerta
que olvidaron entreabierta los que salieron de la casa llevando un
ataúd sobre los hombros.
En
esta de Guarda, en Portugal, parece que todos sus habitantes huyeron
de forma apresurada, unos lanzándose desde las ventanas, otros
arrojándose por el balcón, deslizándose los más
jóvenes agarrados a los cortinajes.
El
tiempo, arquitecto y destructor, recuerda Marguerite Yourcenar en una
de sus admirables misceláneas de artículos y ensayos.
En ocasiones es también un extraordinario escenógrafo
de sus propios dramas.
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