Querido Fran: Es cierto que toda epístola
(como cualquier forma de expresión humana: grito, quejido, carcajada, protesta,
literatura, música, artes plásticas o audiovisuales...) requiere de su
correspondiente réplica para completar su sentido último y primero, que es eso
del acto comunicativo y todas las demás gaitas que enseñan en el primer curso
de las facultades de Filología, incluso en la de Uvieo. En cualquier caso, como
elogio general de tus Cartes Playes, cabe decir que esa función ya prácticamente
la cumplían ellas solas, sin necesidad de réplica, pues desde la primera conseguían algo no siempre fácil en unas
letras: hacían pensar, invitaban a reflexionar o mejor aún, provocaban la
inevitable reflexión.
Y pensar, amigo Fran, ya lo recordaba
Pessoa a través de la voz de uno de sus heterónimos: incomoda como andar bajo
la lluvia, cuando sopla el viento y parece que llueve más. Afortunadamente.
Hace unos setenta años, en una ciudad que
también se llamaba Buenos Aires, un tipo extravagante, un médico gallego que
había colgado la bata blanca para dedicarse a dibujar y al activismo
político, Alfonso Daniel Rodríguez
Castelao, reanudó la escritura de unas notas que había comenzado a trazar en su
primer destino como exiliado, la ciudad de Nueva York y les fue dando la forma
de una especie de memorias o de disperso ensayo acerca del sentido de su vida
al servicio de una nación que él y otros cuantos como él habían inventado
inspirados por la revolución irlandesa de Pascua, los versos de Curros Enríquez
y Rosalía y el recuerdo de las viejas luchas irmandiñas. El libro: “Sempre en
Galicia” hoy se lee como una novela autobiográfica de tesis algo tostón y la
mayoría de las reflexiones que Castelao se plantea sobre su patria gallega o
han sido ampliamente superadas por la realidad de los tiempos o ya ni siquiera
estaban en la realidad en el tiempo en que fueron planteadas.
El propio Castelao es actualmente en Galicia un icono como su admirada Rosalía que se reproduce en camisetas de viejos galeguistas en bermudas o en espejos kitsch de tascas nacionalistas de todo el país gallego, que abarca, como es sabido, todo el orbe terrestre. De todas aquellas ideas expuestas en el “Sempre en Galicia” y de las peliaguadas controversias que generaron entre el galleguismo del interior y del exterior (especialmente con los llamados “culturalistas” del círculo Galaxia-Piñeiro), así como de otras muchas ideeas generadas en las décadas posteriores: el movimiento Brais Pinto, la UPG, etc., lo que resulta indudable es que sirvieron para conformar un discurso de lo propio, de Galicia como patria cultural e identitaria (horrible palabrón) en la que reconocerse no para quedarse ahí, lamiéndose el ombligo en contorsionista autosatisfacción, si no para conseguir un poco de suelo real sobre el que poner los pies y comenzar a crear cosas nuevas. En una entrevista reciente tú mismo aludías al mérito del llamado Novo Cinema Galego...el asunto podría extenderse a una sinfinidá de manifestaciones creativas: literatura, música, artes, etc. y a la considerable industria cultural que se fue forjando en los últimos años en nuestra tierra vecina.
El propio Castelao es actualmente en Galicia un icono como su admirada Rosalía que se reproduce en camisetas de viejos galeguistas en bermudas o en espejos kitsch de tascas nacionalistas de todo el país gallego, que abarca, como es sabido, todo el orbe terrestre. De todas aquellas ideas expuestas en el “Sempre en Galicia” y de las peliaguadas controversias que generaron entre el galleguismo del interior y del exterior (especialmente con los llamados “culturalistas” del círculo Galaxia-Piñeiro), así como de otras muchas ideeas generadas en las décadas posteriores: el movimiento Brais Pinto, la UPG, etc., lo que resulta indudable es que sirvieron para conformar un discurso de lo propio, de Galicia como patria cultural e identitaria (horrible palabrón) en la que reconocerse no para quedarse ahí, lamiéndose el ombligo en contorsionista autosatisfacción, si no para conseguir un poco de suelo real sobre el que poner los pies y comenzar a crear cosas nuevas. En una entrevista reciente tú mismo aludías al mérito del llamado Novo Cinema Galego...el asunto podría extenderse a una sinfinidá de manifestaciones creativas: literatura, música, artes, etc. y a la considerable industria cultural que se fue forjando en los últimos años en nuestra tierra vecina.
Los galeguistas fundadores de las
Irmandades da Fala y de la Xeración Nós llevaban entusiasmados el estandarte
acuñado por Eduardo Pondal: “¡Érguete e anda, coma en Irlanda!”. Y naturalmente
ni Galicia era la fervorosa Erín de la rebeldía republicana ni nuestra humilde
entelequia de país que llamamos Asturies tiene mucho que ver nin con la Galicia
de Castelao ni con la Galicia contemporánea que tantos de sus vecinos
envidiamos en bien de cosas.
En la Cuenca del Nalón tengo un amigo de
toda la vida, un tipo que me lleva algunos años y que al cumplir los veinte
tuvo la genialidad de decirle a uno que con quince o dieciséis intentaba
dejarse una imposible barbuca Che Guevara: “Pablo, hoy cumplí veinte años. Ya
soy viejo”. Bien, pues, este elemento amigo, Casimiro, hace tiempo que decidió
resolver el asunto de la identidad cultural renunciando (bueno, ni siquiera lo
consideró necesario) a su “asturianidad” para convertirse directamente en
iberista galaico-portugués o al menos esa es la forma que se me ocurre de
definir la identidad cultural que él defiende desde casi esa entrada suya en la
vejez al cumplir los veinte. Suele estar más pendiente de la actualidad de
Santiago, Lisboa o Río de Janeiro que de la d'Uvieo o Madrid, escribe versos y
novelas (como su inacabada y espero algún día conclusa y publicada A Burla
Negra) en gallego y sobre todo en portugués, y sueña como Unamuno, Torga y
Torrente Ballester con una confederación Ibérica con capital administrativa en
Lisboa. Por cierto, creo recordar, que antes de descubrir en el absurdamente
desaparecido FICX, la verdad emocionante e inquietante de Pedro Costa, fue a mi
amigo Casimiro, a quien le escuché ese nombre por primera vez.
Como Casimiro, el iberista
galaico-portugués de L'Entrego, también al poeta Xuan Bello y a uno se nos
ocurrió en cierta ocasión solucionar nuestras cuitas identitarias y
existenciales recurriendo al amparo del lusismo. Fue una noche de San Mateo en
la barra del Pinón Folixa. Celebrábamos la declaración de oficilidad del
mirandés por el parlamento de Lisboa y después de despotricar contra el
caciquismo sucursalista de nuestros políticos y la inopia interesada de las
élites de esta tierra resolvimos que en cierto, nada ganábamos truñando (embistiendo)
contra España y el españolismo...A fin de cuentas ¡qué culpa tenían los pobres
españoles de Madrid, Villalpando o Madrigal de las Altas Torres de la
estulticia de los representantes en Asturies de los principales partidos
estatales!. Decidimos que lo más sensato y conveniente era solicitar la
nacionalidad portuguesa. Si aquí no nos solucionaban el problema de nuestros
derechos lingüísticos como ciudadanos y escritores nos haríamos portugueses, promoveríamos
la difusión de esta alternativa y luego pediríamos amparo a las autoridades de
Lisboa como minoría nacional astur-mirandesa.
Nunca llegamos a iniciar los trámites
para nuestra nacionalización como ciudadanos portugueses. Sin embargo creo que desde
aquella noche mateína de gin tonics y grandes ideas tanto Xuan como uno, como
otros cuantos -sin duda inconscientes de ello y de alguna manera coincidentes
en nuestra determinación- hemos venido actuando como si realmente se hubiese consumado ese
desligamento radical de la Cosa Nuesa de los designios y los desvaríos del
españolismo o de su expresión manifiesta en las élites sucursalistas y
provincianas de Asturies y nuestra adhesión a un universo cultural e
identitario más amplio, como por ejemplo el de la lusofonía, o el de la
romanidad (todo la Europa diversa de la lenguas romances), el del atlantismo
(de Noruega a Bretaña, pasando por Euskalherria, Galicia, México, Cuba,
Argentina...), la vieja Europa campesina e industrial (a la que estamos más
ligados que a ciertas áreas metropolitanas del estado)...en fin el planeta de
las pequeñas naciones y el de las grandes, todo lo que en la tierra es redondo
y dulce como una naranja, todo ese universo sin fronteras nos parecía más
habitable que un pequeño mundo encerrado en sí mismo y en lucha imaginaria
(nuevos Quijotes en singular batalla contra los gigantes de una imaginación
calenturienta) contra un enemigo exterior que ni siquiera tenía la constancia
de nuestra ínfima existencia.
Hace bastante que no nos vemos, pero Xuan
Bello y uno, más de una vez nos dimos ánimo con una reflexión evidente:
¿Cuántos lectores puede tener V.S. Naipul en su isla de Trinidad? ¿Cuántos tuvo
alguna vez Ismael Kadaré en Albania? El asunto no era tanto preocuparse por el
destino de una obra, de un trabajo obstinado y vivido desde las propias
entrañas de la conciencia, entre la comunidad humana de la que formábamos
parte, como de lograr seguir nuestro propio camino con el mismo empeño y rigor
con el que lo haríamos escribiendo en inglés, pongo por caso.
Si la tarea de todos los que nos
embarcamos un día en la aventura de volcar nuestros sueños, nuestras ideas,
nuestras ocurrencias u obsesiones, la memoria de lo que somos, en esta pobre
lengua de aldeanos, faltosos y parias, no tiene continuidad en otros
como nosotros en un futuro próximo o si todo esto que hicimos ni siquiera va a
tener un destinatario más allá de unos pocos contemporáneos y unos menos
curiosos de las rarezas mundanas de la otra orilla del porvenir, ¿quién puede
asegurar que otras aventuras emprendidas en cualquiera de los idiomas más
prestigiados y extendidos de la Tierra vayan a tener un destino mejor? Es el
consuelo del poeta menor que Borges cifró en un par de versos: “La meta es para
todos el olvido. Yo he llegado antes”.¿Y qué? Lo importante es haber hecho
camino. Qué más da si luego lo ciegan las ortigas y el felechu.
Y en ese sentido, amigo Fran, uno se
siente, en medio de las naturales tribulaciones y reconcomios de todo
aquel que decide emprender su camino por su cuenta y ventura (el escritor...el
cineasta, el músico, el pintor, el fotógrafo...como el corazón de Carson
McCullers...es siempre un cazador solitario), bastante agusto y bien
acompañado, no sólo de benéficas sombras protectoras como la de María Xosefa
Canellada (coincido en tu valoración de ese relato impresionante: Malia,
Marantia y yo), Fernán Coronas, Llorienzo Novo Mier, Mánfer, Xosé Álvarez,
Nel Amaro, Xosé Antonio García, también de las presencias vivas que hacen menos
solitaria y ardua esta ruta desde nosotros mismos hacia el lugar de todos en el
mundo: nombres como los del ya citado -hermano- Xuan Bello, Antón García, Berta
Piñán, Milio Cueto, Alfonso Velázquez. Miguel Rojo, Xuan Inaciu Llope, Xandru Fernández, Miguel
Allende, Vanessa Gutiérrez, Ramón Lluis Bande,
Martín López-Vega, Xuan Santori, Pablo R. Texón, Rubén d'Areñes, Sofía
Castañón, Pablo X. Suárez, Héctor Pérez Iglesias, Ana Vega, Sergio Gutiérrez Camblor...
Alguien familiarizado con nuestra cultura
tradicional y muy escéptico hacia el futuro de la literatura en asturiano o de
la propia lengua y su destino en la comunidad que históricamente la habló tal
vez echaría mano de una metáfora como la del canto del urogallo, ese ulular
misterioso y respigante con el que llama a la hembra desde su recóndito
escondite en las espesuras del bosque y que sirve para delatarle ante el
cazador al acecho. Nuestro canto puede ser que esté compuesto de la misma
materia misteriosa y respigante que el del urogallo, pero en todos estos
años, emboscados y alerta, nos hemos hecho un poco más sabios y maliciosos. Sabemos
cómo burlar al cazador para que lo nuestro no se quede entre los matos revuelto
en un montón de plumas y sangre o disecado como trofeo de caza en el salón
tétrico de un bibliófilo. Cantamos para seguir cantando. Para bien o para mal,
aunque los nuestros no nos entiendan y ni siquiera tengamos un cacho de tierra
nuestra donde caernos muertos, somos el urogallo que burló al cazador. De
momento.
Un abrazo y mis disculpas por haberme
extendido tanto en algo que en nuestra lengua seguramente podría haberse
expresado en tres palabras con esa frase que aquí lo mismo sirve para un roto
que para un descosido: Fran, Ye lo qu'hai.