sexta-feira, 22 de março de 2013

la flor del manzano

De la traducción de “El cantar de los cantares” de Fray Luis hay un versículo que siempre me dio que pensar. Es ese que dice: “Forzadme con vasos de vino, cercadme de manzanas, que enferma estoy de amor”.

En su exposición, Fray Luis, interpreta el “forzadme” no en el primer sentido que a un lector actual se le viene a la cabeza, el de “violentar” u “obligar”, sino en el de reforzar, insuflar nuevas fuerzas con el vino como tonificante. En cuanto al “cercadme de manzanas”, el autor de la maravillosa versión castellana, lo entiende también como un refuerzo de la propia salud, rodeando a la amada de los aromáticos frutos del manzano. La causa del desfallecimiento la interpreta el fraile en esas últimas palabra donde la amada afirma que está enferma de amor: “no es la enfermedad propia del cuerpo, sino una grave aflicción del ánima que la imaginación de alguna cosa causa, y de aquí se sigue el desfallecer el cuerpo”.

A mi me parece más sugestivo sin explicación, especialmente ese deseo de que el amado la cerque, la rodee de manzanas.

La simbología erótica de la manzana nos remite al fruto prohibido del Génesis y a la manzana de oro que la Discordia arrojó en el banquete del Olimpo con la venenosa leyenda: “Para la más bella” y sobre cuyo destino arbitró Paris, con los funestos resultados que todos ustedes saben. Es una manzana también, rociada con un potente filtro afrodisiaco la que utiliza la maga Morgana en sus hechizos y la que otra bruja, aún más malvada, invita a morder a la dulce Blancanieves.

A la asociación del fruto del manzano con los goces sensuales se opone en algunas tradiciones culturales el de su flor como símbolo de pureza o virginidad. Así en los ritos nupciales de los gitanos kalderash de Rumanía y Bulgaria, se coronaba a la novia con un enlazado de flores de manzano, y entre los antiguos campesinos vascongados -refiere Caro Baroja- se saludaba el nacimiento del hijo varón con una flor de saúco y si era una hija con flores de manzano, si era el tiempo de ellas y con madreselva en el resto de las estaciones.

Una de las historias más recientes (en la longeva historia de las pasiones humanas) donde las manzanas juegan su papel de engañosas provocadoras del deseo sexual me la contaron hace unos años por la parroquia de Santa Bárbara, en San Martín del Rey Aurelio. Sucedió en el tiempo en que muchos vecinos de esa parroquia se vieron en la necesidad de echarse al monte y emprender vida de huídos y guerrilleros para librarse de la represión atroz de los vencedores de la guerra civil.

En una de las aldeas de esos montes vivía solo y solterón un vigilante del Pozo Sotón o del Pozo San Mamés que colaboraba con las Contrapartidas y Brigadillas dedicadas a perseguir a los “fugaos”, señalándoles a los vecinos que les servían como enlaces y los lugares de encuentro donde se veían con los guerrilleros. Al soplón le gustaba una moza de Perabeles que era enlace y medio novia de uno de los huídos del monte y la sometía a un constante acoso, recordándole cada vez que la acometía de camino que gracias a él, aún ningún somatén o falangista la había molestado porque él se cuidaba mucho de hablar en favor de ella y que algún día se cansaría de encubrirla y entonces se iba a enterar de lo que valía un peine. La moza, cansada de los requiebros del vigilante, convino con su medio novio el del monte darle una lección a aquél, para que cesara en su acoso.

Una tarde la galana de Perabeles pasó al lado de la casa del chivato. El moscón, estaba como siempre, repantigado en la antojana de la vivienda, fumando un puro barato y bebiendo vino de un porrón, y al ver aparecer a la moza, sin abandonar su grotesco reposo, la chistó y silbó, cubriéndola de piropos, cada vez más subidos de tono. En esa ocasión, ella, en lugar de mandarlo a tomar viento fresco, se acercó sonriente a él. Llevaba del brazo una cesta de manzanas reinetas.

- ¿Esas manzanas -le dijo él- no serán para el cabrón de ese rojo que anda por el monte y que me debe a mi la bala que aún no le metieron entre ceja y ceja?

La moza, lejos de molestarse, le contestó que no iba a tener en cuenta sus groserías porque la pillaba en un día de suerte: en casa, la única vaca que tenían acababa de parir un ternero bien hermoso y estaba tan contenta que por una vez iba a ser generosa con él. Le dijo que si le prometía no volver a meterse con ella aquella cesta de manzanas reinetas se la daba de todo corazón.

El gañán, por su parte, entendió que por fin la esquiva muchacha reconocía el favor que él le hacía protegiéndola de sus amigos de las Contrapartidas y que ese era ya un buen paso andado hacia su futura conquista. Se incorporó muy tieso, apagando el puro en los escalones de piedra del portal de la casa y calzando sus madreñas, avanzó hacia la chica, contoneándose como un pavo y con la mano extendida para acoger el regalo.

Después de entregarle las manzanas, la moza, muy digna, se dio media vuelta y siguió su camino, recordándole, sin volver la vista, la promesa tácita que él aceptara con el cesto de reinetas.

La vio alejarse por entre prados y arboledas con la miel en los labios, mientras fantaseaba en la posibilidad de cogerla por detrás, por la cintura y abrazarla con todas sus fuerzas, antes de llevársela a la cama o al pajar, que lo mismo le daba, con tal de metérsela. Luego cogió una manzana del cesto y la mordió con la misma ferocidad con la que mordería las carnes de la moza. Entró en casa con el inesperado regalo y en la cocina volcó el cesto sobre la mesa para que las manzanas no se perdiesen apiñadas unas sobre otras y a la vez sirvieran para dar un poco de buen aroma a la casa. Junto a las manzanas, sobre la superficie rugosa de la madera de fresno de la mesa, cayó también algo que le estremeció: era una bala, un proyectil dorado del 9 largo. El elocuente aviso que le enviaba el medio novio de la muchacha.

Hay mensajes que se miden en la escueta sintaxis de un gesto o que no precisan fluir de un pensamiento racional para alcanzar el significado más eficaz. Una bala en el fondo de un cesto de manzanas reinetas, una amante que le pide a su partenaire de cama que la cerce de manzanas enfebrecida por la enfermedad del deseo. Avisos que trae y lleva el aire de la primavera incipiente en días como estos, aún fríos y oscuros, en el aroma sutil de la flor pura de los manzanos. Promesas delicadas, más antiguas que el tiempo.


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