De la
traducción de “El cantar de los cantares” de Fray Luis hay
un versículo que siempre me dio que pensar. Es ese que dice:
“Forzadme con vasos de vino, cercadme de manzanas, que enferma
estoy de amor”.
En su
exposición, Fray Luis, interpreta el “forzadme” no en el
primer sentido que a un lector actual se le viene a la cabeza, el de
“violentar” u “obligar”, sino en el de reforzar, insuflar
nuevas fuerzas con el vino como tonificante. En cuanto al “cercadme
de manzanas”, el autor de la maravillosa versión castellana,
lo entiende también como un refuerzo de la propia salud,
rodeando a la amada de los aromáticos frutos del manzano. La
causa del desfallecimiento la interpreta el fraile en esas últimas
palabra donde la amada afirma que está enferma de amor: “no
es la enfermedad propia del cuerpo, sino una grave aflicción
del ánima que la imaginación de alguna cosa causa, y de
aquí se sigue el desfallecer el cuerpo”.
A mi
me parece más sugestivo sin explicación, especialmente
ese deseo de que el amado la cerque, la rodee de manzanas.
La
simbología erótica de la manzana nos remite al fruto
prohibido del Génesis y a la manzana de oro que la Discordia
arrojó en el banquete del Olimpo con la venenosa leyenda:
“Para la más bella” y sobre cuyo destino arbitró
Paris, con los funestos resultados que todos ustedes saben. Es una
manzana también, rociada con un potente filtro afrodisiaco la
que utiliza la maga Morgana en sus hechizos y la que otra bruja, aún
más malvada, invita a morder a la dulce Blancanieves.
A la
asociación del fruto del manzano con los goces sensuales se
opone en algunas tradiciones culturales el de su flor como símbolo
de pureza o virginidad. Así en los ritos nupciales de los
gitanos kalderash de Rumanía y Bulgaria, se coronaba a la
novia con un enlazado de flores de manzano, y entre los antiguos
campesinos vascongados -refiere Caro Baroja- se saludaba el
nacimiento del hijo varón con una flor de saúco y si
era una hija con flores de manzano, si era el tiempo de ellas y con
madreselva en el resto de las estaciones.
Una de
las historias más recientes (en la longeva historia de las
pasiones humanas) donde las manzanas juegan su papel de engañosas
provocadoras del deseo sexual me la contaron hace unos años
por la parroquia de Santa Bárbara, en San Martín del
Rey Aurelio. Sucedió en el tiempo en que muchos vecinos de esa
parroquia se vieron en la necesidad de echarse al monte y emprender
vida de huídos y guerrilleros para librarse de la represión
atroz de los vencedores de la guerra civil.
En una
de las aldeas de esos montes vivía solo y solterón un
vigilante del Pozo Sotón o del Pozo San Mamés que
colaboraba con las Contrapartidas y Brigadillas dedicadas a perseguir
a los “fugaos”, señalándoles a los vecinos que les
servían como enlaces y los lugares de encuentro donde se veían
con los guerrilleros. Al soplón le gustaba una moza de
Perabeles que era enlace y medio novia de uno de los huídos
del monte y la sometía a un constante acoso, recordándole
cada vez que la acometía de camino que gracias a él,
aún ningún somatén o falangista la había
molestado porque él se cuidaba mucho de hablar en favor de
ella y que algún día se cansaría de encubrirla y
entonces se iba a enterar de lo que valía un peine. La moza,
cansada de los requiebros del vigilante, convino con su medio novio
el del monte darle una lección a aquél, para que cesara
en su acoso.
Una
tarde la galana de Perabeles pasó al lado de la casa del
chivato. El moscón, estaba como siempre, repantigado en la
antojana de la vivienda, fumando un puro barato y bebiendo vino de un
porrón, y al ver aparecer a la moza, sin abandonar su grotesco
reposo, la chistó y silbó, cubriéndola de
piropos, cada vez más subidos de tono. En esa ocasión,
ella, en lugar de mandarlo a tomar viento fresco, se acercó
sonriente a él. Llevaba del brazo una cesta de manzanas
reinetas.
-
¿Esas manzanas -le dijo él- no serán para el
cabrón de ese rojo que anda por el monte y que me debe a mi la
bala que aún no le metieron entre ceja y ceja?
La
moza, lejos de molestarse, le contestó que no iba a tener en
cuenta sus groserías porque la pillaba en un día de
suerte: en casa, la única vaca que tenían acababa de
parir un ternero bien hermoso y estaba tan contenta que por una vez
iba a ser generosa con él. Le dijo que si le prometía
no volver a meterse con ella aquella cesta de manzanas reinetas se la
daba de todo corazón.
El
gañán, por su parte, entendió que por fin la
esquiva muchacha reconocía el favor que él le hacía
protegiéndola de sus amigos de las Contrapartidas y que ese
era ya un buen paso andado hacia su futura conquista. Se incorporó
muy tieso, apagando el puro en los escalones de piedra del portal de
la casa y calzando sus madreñas, avanzó hacia la chica,
contoneándose como un pavo y con la mano extendida para acoger
el regalo.
Después
de entregarle las manzanas, la moza, muy digna, se dio media vuelta y
siguió su camino, recordándole, sin volver la vista, la
promesa tácita que él aceptara con el cesto de
reinetas.
La vio
alejarse por entre prados y arboledas con la miel en los labios,
mientras fantaseaba en la posibilidad de cogerla por detrás,
por la cintura y abrazarla con todas sus fuerzas, antes de llevársela
a la cama o al pajar, que lo mismo le daba, con tal de metérsela.
Luego cogió una manzana del cesto y la mordió con la
misma ferocidad con la que mordería las carnes de la moza.
Entró en casa con el inesperado regalo y en la cocina volcó
el cesto sobre la mesa para que las manzanas no se perdiesen apiñadas
unas sobre otras y a la vez sirvieran para dar un poco de buen aroma
a la casa. Junto a las manzanas, sobre la superficie rugosa de la
madera de fresno de la mesa, cayó también algo que le
estremeció: era una bala, un proyectil dorado del 9 largo. El
elocuente aviso que le enviaba el medio novio de la muchacha.
Hay
mensajes que se miden en la escueta sintaxis de un gesto o que no
precisan fluir de un pensamiento racional para alcanzar el
significado más eficaz. Una bala en el fondo de un cesto de
manzanas reinetas, una amante que le pide a su partenaire de cama que
la cerce de manzanas enfebrecida por la enfermedad del deseo. Avisos
que trae y lleva el aire de la primavera incipiente en días
como estos, aún fríos y oscuros, en el aroma sutil de
la flor pura de los manzanos. Promesas delicadas, más antiguas
que el tiempo.
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