Paso
todas las noches por delante de esa tienda que exhibe vestidos de
novia en el escaparate y que está justo enfrente de un club. A
veces me paro a observar el efecto del letrero de neón sobre
esos trajes de blanco satén como un sarcasmo visual de la
propia realidad. Hoy lo hice porque había salido de casa sin
mechero y me apetecía fumar. Frente al escaparate un chico,
con una enmarañada melena rubia que le llegaba a la mitad de
la espalda y alzado sobre unas altas botas de tacón,
contemplaba los vestidos con verdadera delectación. Le di las
buenas noches antes de preguntarle si tenía lumbre a mano.
Se
volvió, sorprendido, con el reflejo de aquellos diseños
de boda aún palpitando en unos ojos azules, levemente
perfilados de rímmel. Sobre los labios, finos y delicados, una
sutil sombra de pelusa rubia contribuía a reafirmar su cierto
aire andrógino. En cualquier caso el asombrado fui yo cuando
oí pronunciar mi nombre.
-
¿Eres tú? -añadió, con una sonrisa
enigmática-. Mírame bien: ¿no me reconoces?
Lo
miré bien. ¡Claro que lo reconocía! Si la vista y
la memoria no me engañaban aquel chico o chica era mi amigo de
la infancia Alex. Tenía sus mismos ojos. No me cabía
ninguna duda.
Realmente
me sorprendió. Intenté decir algo y sólo se me
ocurrió balbucear acerca de lo mucho que habia cambiado desde
los tiempos del colegio.
-
Claro -repuso el chico o chica-. Ahora soy un hombre. Son cosas que
pasan...
No fui
capaz de traducir la ironía de su respuesta.
-
Suele suceder -repliqué, con la impresión de estar
pisando terreno resbaladizo-. Los críos nos convertimos en
adultos...Es ley de vida, como se suele decir...
Él
o ella, sonrío abiertamente. Clavó sus ojos azules en
mí, con un guiño de picardía.
- Yo además de adulto, ahora soy un hombre.
Seguí
sin captar la ironía. A pesar de su ambigua apariencia actual,
recordaba a Alex como un niño, más bien bruto y al que
las hormonas se le habían adelantado antes que a los demás,
cambiándole la voz -una voz muy similar a la que ahora
escuchaba- y bastantes hábitos de conducta. Siempre había
sido un crío más bien tranquilo, pacífico y en
el último curso de la EGB se transformó de pronto en
una especie de matón, al que, a menudo, me veía en la
necesidad de afearle ciertos abusos que cometía sobre otros
amigos míos más débiles que él.
Rumiaba
uno estos recuerdos tan lejanos cuando de nuevo la voz del chico o
chica de la enmarañada melena rubia realizó un
comentario que me dejó totalmente descolocado.
- ¿A
que nunca te lo hubieses imaginado? -casi gritó, riéndose
a carcajadas-. Mi hermano decía que yo te gustaba...Siempre
estabas preguntando por mí y cuando me veías te ponías
colorado como una manzana...
En ese
momento la única idea medianamente racional que me vino a la
cabeza fue la de pensar que me había equivocado de amigo de la
infancia. Hice por recordar a otro que tuviese un hermano rubio y de
ojos azules, un poco turbado por aquella suposición de que a
uno le pudieran gustar los críos de su género, por
afeminados que fueran. Entonces él o ella prosiguió:
- Ya
te lo decía. Son cosas que pasan. Y ahora soy una persona
probablemente distinta en apariencia a la que conociste, aunque yo me
sienta la misma persona. ¿Sabes? Sigo siendo la misma persona,
aunque ahora me llame Víctor y sea un hombre...
Me
tiré a coger este último cabo a ver si conseguía
aclararme:
- ¿Y antes cómo te llamabas?
Me
dedicó un mohín de decepción.
-
¡Parece mentira que no te acuerdes! ¡Y mi hermano me
decía que estabas colado por mí! ¡Cómo
sois algunos hombres! Yo afortunadamente no soy así porque sé
lo que es vivir como mujer y como hombre. ¡Soy Ana! ¿De
verdad no te acordabas de cómo me llamaba?
Recordaba
perfectamente el nombre de la hermana de Alex. Era cierto que me
gustaba y que me volvía loco por coincidir con ella cuando iba
a casa de mi amigo o en las escasas ocasiones en las que salían
juntos. A lo largo de aquel último curso antes del Instituto
también a mi se me habían revolucionado las hormonas y
en mis primeras -torpes y compulsivas- masturbaciones me recreaba en
aquellos ojos azules y aquellos rizos dorados de Ana. Por supuesto
que la reconocía ahora y mientras mis pobres perros emitían
sus lastimeros gemidos para que reanudásemos el paseo, me
quedé absorto allí ante aquella ambigua criatura de la
melena enmarañada y las botas de tacón alto que
reiteraba una y otra vez su actual condición de hombre. Por
romper el embarazoso silencio en el que me había sumido tras
su revelación le pregunté qué tal estaba y cómo
le iba en la vida.
-
¡Nunca me sentí mejor que ahora! -respondió
Víctor-. Tengo un buen trabajo que me gusta y tengo novia, una
chica fantástica, guapísima, con la que quiero casarme.
Estoy convencido de que es la mujer de mi vida.
Deshecho
el malentendido y admitiendo, no sin cierta perplejidad aún
latente, la condición masculina que nos unía ahora a la
antigua Ana y a uno, dirigí un gesto cómplice de la
mano hacia el escaparate de los vestidos de novia.
- Aquí
me pillaste -dijo Víctor-. Estaba viendo un traje que me
gustaría regalarle a mi novia porque la veo ya vestida con
él...Creo que a ella le iba a encantar...Y que es de su talla,
le iba a quedar genial...
- No
lo dudo -repliqué-. Seguro que es una chica estupenda y que
seréis muy felices...
- Es
estupenda -respondió él, echándose la melena
hacia atrás y con un brillo en la mirada que denotaba su
enamoramiento por ella-. Ahora mismo la estaba esperando. Trabaja ahí
enfrente, en el club. Suele salir a estas horas a comer algo conmigo.
Luego vuelve al tajo, hasta que se tercie... Así es la vida.
Yo también llevo horario nocturno. Trabajo en otro club, de
transformista, actúo además por libre, donde me
llaman...Es lo que hay...Nos va muy bien, de momento. Ya sabes que en
estos negocios nocturnos la crisis se nota menos, siempre hay
noctámbulos con pasta dispuestos a mantener al personal...Te
doy la tarjeta del club donde trabajo por si alguna vez quieres venir
a verme: imito muy bien a Alaska y a Sara Montiel, a Shakira y a
Marisol, disfrazada de niña con coletas...Jajaja...Seguro que
si me ves así te viene a la memoria aquella hermanita de Alex
que a ti tanto te gustaba...
-
Seguramente -le dije, por ir buscando una manera no demasiado brusca
de despedirme-. Espero que todo te siga yendo igual de bien y si
tienes ocasión de hablar con Alex, dale un abrazo muy fuerte.
Los
perros tiraban de mi. Se les había acabado la paciencia de
estar allí detenidos y amarrados del collar, sin un triste
recinto de hierba o jardín en el que poder solazarse y hacer
sus cosas. De no ser por ellos, me habría quedado allí
conversando con aquella antigua Ana de mi infancia hoy metaforseada
en un hombre llamado Víctor en el que aún eran más
que perceptibles los vestigios de la niña tan guapa que fuera.
Me habría quedado allí con aquella inesperada sorpresa
del paso del tiempo a esperar que su chica saliese del club a comer
algo antes de volver al trabajo y luego seguramente habría
acompañado a Victor-Ana hasta su club para verle actúar
como transformista dejándome llevar por la llamada de una copa
tras otra y por eso que tanto se parece a la llamada de la selva y
que es la fidelidad a cierta memoria íntima. No pudo ser. Mis
perros ya no aguantaban más y desde aquellos lejanos días
de la incipiente adolescencia, estaba claro que todos, la vida misma,
el discurrir de la realidad, habíamos cambiado mucho, tal vez
más de lo esperado.
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