sexta-feira, 30 de novembro de 2012

un artista profético

Nunca me ha interesado especialmente la pintura hiperrealista. Hablaba de ello en cierta ocasión con mi amigo Casimiro Palacios, cuando él mencionó el nombre de un artista gallego, prácticamente desconocido, que había compuesto un centenar de obras de ese estilo a primeros de los años setenta.

Natural de Xinzo de Limia comenzó a pintar muy joven. Tras una breve estancia en París, residió varios años en los Estados Unidos durante la década de los sesenta. Allí conoció los trabajos de la escuela hiperrealista. De regreso a España se instaló en la localidad sevillana de Dos Hermanas, donde compuso entre 1971 y 1979, toda la serie de obras inspiradas en los patrones de esa corriente plástica. Lo peculiar de estas pinturas, me contó Casimiro, era lo que tenían de anticipatorio, casi de profético. Ambientadas en los paisajes urbanos de la Sevilla más popular incorporaban a sus escenas hiperrealistas elementos anacrónicos, curiosamente no del pasado, del futuro.
 
Más tarde, en su casa, me mostró un catálogo antológico editado en 1980, coincidiendo con el primer aniversario de la muerte del artista. En el volúmen aparecían escenas de la Semana Santa en las que un grupo de cofrades hablaba por unos aparatos muy semejantes a los teléfonos móviles o a una freidora de pescaítos de la Feria de Abril en su puesto, en el que, bajo unos raciales latones de Aceite Ybarra, se mostraba un inequívoco microondas. En otra los animados clientes de una tasca de Triana se arrancaban por palmas mientras una gitana gordísima los fotografiaba con una cámara en la que se veía una pantallita similar a la de las actuales máquinas digitales. En su don de clarividencia hiperrealista había llegado a pintar una réplica bastante aproximada del Puente de la Expo, construído en el 92.

Al ver aquellas reproducciones, como es lógico, le sugerí a Casimiro que no me tomase el pelo, ya que resultaba evidente que se trataba de fotomontajes. Él muy serio volvió a abrir el catálogo, me mostró el pie de imprenta fechado el siete de abril de 1980, luego me hizo palpar la textura del papel, reparar para la deficiente resolución de las reproducciones y finalmente extrajo otro volúmen de su biblioteca. Era una “Historia da nova plástica galega (1960-1981)”, editada por la Universidad de Santiago, en la que se reseñaba la obra de este artista, con una inequívoca mención a los anacronismos de su última etapa hiperrealista. En esas líneas pude conocer su absurdo y trágico final. Hiperrealista profético, no fue capaz de preveer su propia muerte atropellado, no por un vehículo inteligente que se desplazase por el aire, si no por un anacrónico coche de caballos para turistas bajo la sombra alargada de La Giralda.



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