Aún no había anochecido y el letrero luminoso del bingo deslumbraba la calle entera. Tuve que volver a escuchar la pregunta, reparar para las gafas oscuras de aquel hombre y para el bastón blanco con el que se ayudaba para comprender que no se trataba de una broma.
- Por
favor, si es usted tan amable -repitió por segunda vez-,
¿podría decirme si hay un bingo por aquí cerca?
Entonces
todo pareció encajar. Supuse que el ciego buscaba el
establecimiento de juegos de azar para ponerse a la puerta a vender
cupones, como había visto hacer en más de una ocasión
a otros repartidores de la ONCE.
-
Aquí mismo, en donde estamos hablando, tiene usted uno.
Me
dio las gracias, con una sonrisa nerviosa.
-
¿Sabe? -me dijo-. Seguro que mi mujer está ahí
adentro, jugándose la pensión. Me apostaría la
cabeza a que está ahí, a no ser que haya otro bingo
por aquí cerca...
Hice
memoria y no recordé otro establecimiento similar situado por
los alrededores.
-
Estamos alojados en el hotel X., en esta misma calle -me dijo-.
Somos de un pueblo de Albacete y venimos en una excursión de
jubilados. Hemos llegado esta misma tarde y fue deshacer las maletas
o casi ni eso: se cambió de ropa, bajamos a la cafetería
y me dijo que se iba a dar un paseo, a ver el mar...Claro, como sabe
que uno ya no está para paseítos...Siempre me hace lo
mismo. Cuando empieza la temporada de viajes para la tercera edad no
nos perdemos uno: hemos recorrido ya toda España: la costa
del Sol, la costa Brava, Murcia, Mallorca, las Rías Bajas,
Santander... Y total como si nos quedásemos en nuestro
pueblo. Ella sólo sale del hotel para ir al bingo y yo,
practicamente ni salgo del hotel, todo lo más a la
cafetería...
-
Ya...
Detrás
de las gafas oscuras todo el rostro se le enrojeció de ira.
-
¿Usted cree que esto es vida? ¡Mecagüen los
Quintos del 53! Yo es que a veces, de verdad, me dan ganas...de
hacer una barbaridad...Y la haría, no le quepa a usted
ninguna duda. Si no fuera ciego, le juro que...que...que me
separaba, me adivorciaba de ella...¡Vaya que no!
¡Mecagüen los Quintos del 53!
Todo
su menudo cuerpo temblaba de indignación y especialmente la
mano del bastón, haciendo que éste tamborileara
frenéticamente contra el pavimento de la acera.
- ¡Se
lo juro que me adivorciaba,
como hay Dios!
Dejé
que se desahogara sin interrumpirle. Lo cierto es que tampoco se me
ocurría nada para calmar su ira, que iba en aumento. Ahora al
tamborileo del bastón se le había añadido una
especie de rabieta en la que pateaba con los dos pies, como si
tuviese el baile de San Vito. Me dio la sensación de que el
temblor se había extendido por toda la acera como un seismo.
-
Perdone -le mentí-. Antes le dije que aquí mismo,
donde nos encontramos, había un bingo, pero no le detallé
que aún estaba cerrado...Y por lo qué yo sé,
creo que es el único bingo de la ciudad. No se preocupe,
seguro que su mujer se ha ido a dar un paseo para ver el mar.
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