quinta-feira, 29 de novembro de 2012

urgencias

Llegaron a su casa abrazados, entre risas y besos. Una vez dentro, delante de un par de copas, ella le dijo que iba un momento al servicio. Entonces él aprovechó para ir a su cuarto a asegurarse de que le quedaban preservativos. Rebuscó en el desorden de la mesita y debajo de unos calzoncillos encontró la caja. Estaba vacía.

- Lo siento -le dijo al volver al salón-. Tengo que salir un momento al coche. Me he olvidado el busca y no puedo estar sin él. No te lo he dicho, pero soy cardiólogo y estoy obligado a llevarlo conmigo las venticuatro horas.
 
Ella emitió una carcajada sarcástica.

- ¿Me vas a dejar así, ahora?

Él intentó besarla y ella se apartó, encuclillándose en el sofá. Encendió un cigarrillo con displicencia.

- Es sólo un momento -dijo él, saliendo por la puerta, sin tenerlas todas consigo.

Cerca de su misma calle había una farmacia de guardia. Corrió hacia ella. Llamó al timbre. Unos minutos después apareció un señor mayor, con cara de malas pulgas y una bata blanca puesta sobre un chándal. Se acercó a la rejilla con recelo:

- ¿Qué quiere usted?

- Buenas noches...Quería una caja de preservativos Control.

El señor de la bata blanca y el chándal lo miró de arriba abajo.

- ¿Y usted me molesta a estas horas para pedirme condones? ¿No sabe que sólo despachamos urgencias?

Él no se amilanó. La visión de la chica, fumando con desdén en el sofá, alentó su presencia de ánimo.

- En este caso sí es una urgencia...

El farmacéutico meneó la cabeza en sentido negativo.

- Si usted se va de putas y necesita un condón, eso no es una urgencia. Es un descuido.

Empezaba a sudar en frío. Pensaba en el reloj siguiendo su carrera imparable mientras la chica se cansaba de esperar.

- Mire usted -se encaró con el boticario, exhibiéndole su carnet del Colegio de Médicos, por la rejilla-. Soy médico y yo le digo a usted que los preservativos son una urgencia. O me los da o le denuncio al Colegio de Farmacéuticos por no atenderme.

El señor de la bata blanca y el chándal le dio la espalda. Se fue al fondo del mostrador y volvió con la caja de preservativos.

- Son nueve euros, pero antes, déjeme anotar su número de colegiado. Yo sí voy a elevar una queja al Colegio de Médicos.

- ¡Con mucho gusto! -repuso él, mostrándole su identificación de colegiado y un billete de diez euros- . Y puede usted quedarse con la propina. Yo también voy a anotar su número de colegiado.

Se despidieron con sendos gruñidos. Él, triunfante, con su caja de preservativos en la mano, cuando llegó al apartamento, encontró a la chica dormida en el sofá. Pensó si despertarla, pero no tuvo alma. Cogió una manta de lana de Cachemira de su habitación y la arropó. Se sentó junto a ella con una copa en mano, en la que el hielo ya se había confundido con el whisky. Pronto también él se quedó dormido, apoyando la cabeza al otro lado del sofá.

Sem comentários:

Enviar um comentário