Llegaron
a su casa abrazados, entre risas y besos. Una vez dentro, delante de
un par de copas, ella le dijo que iba un momento al servicio.
Entonces él aprovechó para ir a su cuarto a asegurarse
de que le quedaban preservativos. Rebuscó en el desorden de la
mesita y debajo de unos calzoncillos encontró la caja. Estaba
vacía.
- Lo
siento -le dijo al volver al salón-. Tengo que salir un
momento al coche. Me he olvidado el busca y no puedo estar sin él.
No te lo he dicho, pero soy cardiólogo y estoy obligado a
llevarlo conmigo las venticuatro horas.
Ella
emitió una carcajada sarcástica.
-
¿Me vas a dejar así, ahora?
Él
intentó besarla y ella se apartó, encuclillándose
en el sofá. Encendió un cigarrillo con displicencia.
-
Es sólo un momento -dijo él, saliendo por la puerta,
sin tenerlas todas consigo.
Cerca
de su misma calle había una farmacia de guardia. Corrió hacia
ella. Llamó al timbre. Unos minutos después apareció
un señor mayor, con cara de malas pulgas y una bata blanca
puesta sobre un chándal. Se acercó a la rejilla con
recelo:
-
¿Qué quiere usted?
-
Buenas noches...Quería una caja de preservativos Control.
El
señor de la bata blanca y el chándal lo miró de
arriba abajo.
- ¿Y
usted me molesta a estas horas para pedirme condones? ¿No
sabe que sólo despachamos urgencias?
Él
no se amilanó. La visión de la chica, fumando con
desdén en el sofá, alentó su presencia de
ánimo.
- En
este caso sí es una urgencia...
El
farmacéutico meneó la cabeza en sentido negativo.
- Si
usted se va de putas y necesita un condón, eso no es una
urgencia. Es un descuido.
Empezaba
a sudar en frío. Pensaba en el reloj siguiendo su carrera
imparable mientras la chica se cansaba de esperar.
-
Mire usted -se encaró con el boticario, exhibiéndole
su carnet del Colegio de Médicos, por la rejilla-. Soy médico
y yo le digo a usted que los preservativos son una urgencia. O me
los da o le denuncio al Colegio de Farmacéuticos por no
atenderme.
El
señor de la bata blanca y el chándal le dio la
espalda. Se fue al fondo del mostrador y volvió con la caja
de preservativos.
- Son
nueve euros, pero antes, déjeme anotar su número de
colegiado. Yo sí voy a elevar una queja al Colegio de
Médicos.
-
¡Con mucho gusto! -repuso él, mostrándole su
identificación de colegiado y un billete de diez euros- . Y
puede usted quedarse con la propina. Yo también voy a anotar
su número de colegiado.
Se
despidieron con sendos gruñidos. Él, triunfante, con
su caja de preservativos en la mano, cuando llegó al
apartamento, encontró a la chica dormida en el sofá.
Pensó si despertarla, pero no tuvo alma. Cogió una
manta de lana de Cachemira de su habitación y la arropó.
Se sentó junto a ella con una copa en mano, en la que el
hielo ya se había confundido con el whisky. Pronto también
él se quedó dormido, apoyando la cabeza al otro lado
del sofá.
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