quinta-feira, 20 de junho de 2013

flor nueva de romances viejos

Siguen extraños caminos del azar los libros. Este “Romancero asturiano” recopilado por Juan Menéndez Pidal (hermano de don Ramón) que reapareció hace unos cuantos días con la mudanza de casa, por ejemplo, lo debí de encontrar en la librería Vetusta de la calle de la Merced y no me acordaba de la dedicatoria que lleva. Es, por lo visto, una “atención” de una entidad social gijonesa a un político de fuste en los años de la transición en recuerdo de su visita a la sede de la asociación. El interés del repúblico por los romances que se cantaban en las danzas, esfoyazas y filandones del País Astur en tiempos de los Menéndez Pidal no debía de ser mucho o su dedicación a los asuntos patrios no le dejaría tampoco demasiado tiempo para otros menos mundanos, y se le olvidaría distraídamente en el hotel donde se alojó aquel primero de junio del 87, en el que aparece fechada la dedicatoria.

Gracias a ese despiste el libro acabó recalando en los anaqueles de la librería de viejo y luego, por no más de cuarenta duros, en las manos de uno hasta su resurreción de hace unos días.

En los últimos meses me aficioné a rebuscar entre los romances de tradición oral que aún se dicen y se cantan por Asturias, gracias al programa “Camín” de la TPA, que dirige Ramón Lluis Bande y conduce, con mano magistral (sobre todo para sonsacar a sus informantes), el imprescindible Xosé Ambás. Resulta curioso que tras haber pasado años sin ver la televisión, me haya aficionado también a sintonizar el canal autonómico para disfrutar de unos cuantos programas dignos de ver, como las entrevistas de Xuan Bello en “Clave de Fondo”, el extraordinario “Camín”, “Pieces” y un no muy largo, pero sí provechoso etcétera, que nos ofrece un retrato bastante verdadero de la realidad de esta tierra. En las últimas temporadas de “Camín” abundan las informantes que recuerdan, unas veces cantando y otras sólo recitando, romances orales, algunos de los cuales sólo se conocen en Asturias o en la raya del país con las comunidades vecinas. Para más de uno será un tostón escuchar a una señora con medio pie en la sepultura recitar o cantar monocordemente un romance durante siete minutos en planos que remiten a la edá heróica del UHF o a cierto cine independiente iraní. A mi me emociona ver cómo reviven estas viejas palabras en la voz de quien las adquirió no en los libros sino en la memoria heredada de sus mayores.

El hecho de que la inmensa mayoría de las versiones conservadas de los romances de Asturias estén en castellano, con algún asturianismo entreverado apenas, parece que nos alejó de esta literatura popular a los que escribimos en la lengua del país o por lo menos no nos animó lo suficiente para interesarnos por ella. Resultaría tedioso ponerse ahora a dilucidar las causas por las que los romances se transmitieron hasta prácticamente nuestros días en castellano, en cualquier caso y a falta de hipótesis más o menos convicentes sobre el particular, bien podemos acogernos a la posibilidad de que con anterioridad existiese una poesía popular íntegramente en asturiano, una tradición lírica emparentada con formas como la paralelística de la poesía galaico-portuguesa. Un vestigio de esta posibilidad lo encontramos en la composición recogida por Juan Menéndez Pidal bajo el título “La Tentación”:

-¡Ay, probe Xuana de cuerpo garrido!
¡Ay, probe Xuana de cuerpo galano!
¿Dónde le dexas al tu buen amigo?
¿Dónde le dexas al tu buen amado?
-¡Muerto le dexo a la orilla del río,
muerto dexole a la orilla del vado!
¿Cuanto me das volverételo vivo?
¿Cuánto me das volverételo sano?
-Doyte las armas y doyte el rocino,
doyte las armas y doyte el caballo...

Es un tipo de estructura paralelística similar al que vamos a ver en el romance más conocido y el más vivo de los que aún se cantan en Asturias, “El galán d'esta villa”, con el que se acompañan las distintas danzas primas de las fiestas patronales:

¡Ay!, un galán d'esta villa,
¡ay!,un galán d'esta casa,
¡ay!, él por aquí venía,
¡ay!, él por aquí pasaba.
¡Ay!, diga lo qu'él quería,
¡ay!, diga lo qu'él buscaba,
¡ay!, buscó a la blanca niña,
¡ay!, buscó a la niña blanca...


Al margen de estas elucubraciones lingüisticas nos atrae el fulgor antiguo que desprende un romance que, a fuerza de resultarnos tan familiar a los oídos, casi ni nos detenemos a escuchar los latidos de unos octosílabos que tienen mucho de recóndita fórmula mágica. Así se nos dice de la blanca niña buscada por el galán, es la que tiene “la voz delgadina/ la que tien la voz delgada”, que es también la que el cabello tejía y trenzaba, “al pie de una fuente fría/al pie de una fuente clara/donde canta la culebra/ donde la culebra canta”. Uno tuvo que escucharlo muchas veces y leerlo ahora, reposadamente, en las versiones fundidas que ofrece el hermano de don Ramón Menéndez Pidal, para descubrir que la magia no está sólo en la intuición poética de quien lo hizo correr de boca en boca por primera vez, también el asunto del que trata es un episodio de magia, la historia de un encantamiento. La joven de la voz delgadina pertenece a la misma categoría mítica de los relatos de tradición oral de Asturias en los que se describe a mujeres, casi siempre dotadas de una belleza fuera de lo común, que han sido hechizadas para permanecer prisioneras, “encantadas”, en una fuente, un pozo o una cueva (lugares que remiten a entradas o bocas del trasmundo) hasta que alguien consiga romper el hechizo con su bondad o pronunciando las palabras exactas del “esconxuru”. En estas narraciones se presenta a las encantadas: moras, mouras o xanas, realizando determinadas acciones: cantar, peinarse con peines de oro o tejer e hilar con husos y ruecas, también de oro. En la parte final del romance que recoge Juan Menéndez Pidal, la “blanca niña”, tras unos confusos episodios en los que se queda embarazada y da a luz a una nueva “niña blanca”, la protagonista, capturada por un Rey, termina tejiendo e hilando en sus prisiones. Por cierto este último fragmento que publica el menor de los Menéndez Pidal (pp.150-151) aparece en lengua asturiana.

Merece la pena citarlo completo:

¡ay! arriba en l'alta mena,
¡ay! arriba en mena alta:
quier que le sirva a la mesa,
quier que le sirva a la tabla,
¡ay!, con la taza francesa,
¡ay!, con la francesa taza:
que file paños d'Holanda,
con rueca la de madera,
con rueca la de su casa,
los que filaba la Reina,
los que filaba la Infanta,
¡ay!, con el tortoriu d'oro,
col tortoriu d'esmeralda.
¡Ay!, tortoriu trae de piedra,
¡ay, tortoriu, fusu y aspa!
Llabra en él la seda fina,
llabra en él la seda clara;
¡ay! al Rey le fay camisa,
¡ay!, al Rey la fay delgada,
¡ay! , del oro engodornida,
¡ay!, del oro engodornada...


Otras magias se descubren en este romancero de Juan Menéndez Pidal. Viejos conocidos de la tradición oral castellana o provenzal como Bernardo del Carpio, el Conde Olinos: “Levantóse el Conde Olinos/mañanita de San Juan:/llevó su caballo al agua/a las orillas del mar”, don Gayferos, don Bueso, don Martinos, Gerineldo, conviven con celebridades locales de los romances asturianos: Galancina o Galanzuca, doña Enxendra, Tenderina o el Conde Flor. No siempre vuelan tan alto ni llegan tan hondo muchas de estas piezas como el “Galán d'esta villa”, a menudo se intercalan en historias más o menos caballerescas o piadosas morcillas chuscas embutidas allí por algún trasmisor no especialmente dotado para la lírica. Quizá por eso cobran más valor las auténticas perlas que de cuando en cuando sirven para perdonar cuatro docenas de octosílabos en los que no pasa nada o lo que pasa nada interesa, a veces es en los comienzos del romance donde deslumbran y perduran esas joyas, seguramente despojos del tesoro original que se perdió. Son versos como esos que inician “El Penitente” y que valen por toda una tradición extraviada:

Allá arriba en alta sierra,
alta sierra montesía,
donde cae la nieve a copos
y el agua menuda y fría...

Más o menos como en este principio de verano, en el que cualquier día vemos cubrirse la arena de San Llorenzo (la poca que no se llevó el mar en los últimos meses) no de sombrillas y bañistas, sino de copos de nieve, que debe ser lo que sigue a estas mañanas de sol tímido y noches de agua menuda y fría.

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