Siguen
extraños caminos del azar los libros. Este “Romancero
asturiano” recopilado por Juan Menéndez Pidal (hermano de
don Ramón) que reapareció hace unos cuantos días
con la mudanza de casa, por ejemplo, lo debí de encontrar en
la librería Vetusta de la calle de la Merced y no me acordaba
de la dedicatoria que lleva. Es, por lo visto, una “atención”
de una entidad social gijonesa a un político de fuste en los
años de la transición en recuerdo de su visita a la
sede de la asociación. El interés del repúblico
por los romances que se cantaban en las danzas, esfoyazas y
filandones del País Astur en tiempos de los Menéndez
Pidal no debía de ser mucho o su dedicación a los
asuntos patrios no le dejaría tampoco demasiado tiempo para
otros menos mundanos, y se le olvidaría distraídamente
en el hotel donde se alojó aquel primero de junio del 87, en
el que aparece fechada la dedicatoria.
Gracias
a ese despiste el libro acabó recalando en los anaqueles de la
librería de viejo y luego, por no más de cuarenta
duros, en las manos de uno hasta su resurreción de hace unos
días.
En los
últimos meses me aficioné a rebuscar entre los romances
de tradición oral que aún se dicen y se cantan por
Asturias, gracias al programa “Camín” de la TPA, que
dirige Ramón Lluis Bande y conduce, con mano magistral (sobre
todo para sonsacar a sus informantes), el imprescindible Xosé
Ambás. Resulta curioso que tras haber pasado años sin
ver la televisión, me haya aficionado también a
sintonizar el canal autonómico para disfrutar de unos cuantos
programas dignos de ver, como las entrevistas de Xuan Bello en “Clave
de Fondo”, el extraordinario “Camín”, “Pieces” y un
no muy largo, pero sí provechoso etcétera, que nos
ofrece un retrato bastante verdadero de la realidad de esta tierra.
En las últimas temporadas de “Camín” abundan las
informantes que recuerdan, unas veces cantando y otras sólo
recitando, romances orales, algunos de los cuales sólo se
conocen en Asturias o en la raya del país con las comunidades
vecinas. Para más de uno será un tostón escuchar
a una señora con medio pie en la sepultura recitar o cantar
monocordemente un romance durante siete minutos en planos que remiten
a la edá heróica del UHF o a cierto cine independiente
iraní. A mi me emociona ver cómo reviven estas viejas
palabras en la voz de quien las adquirió no en los libros sino
en la memoria heredada de sus mayores.
El
hecho de que la inmensa mayoría de las versiones conservadas
de los romances de Asturias estén en castellano, con algún
asturianismo entreverado apenas, parece que nos alejó de esta
literatura popular a los que escribimos en la lengua del país
o por lo menos no nos animó lo suficiente para interesarnos
por ella. Resultaría tedioso ponerse ahora a dilucidar las
causas por las que los romances se transmitieron hasta prácticamente
nuestros días en castellano, en cualquier caso y a falta de
hipótesis más o menos convicentes sobre el particular,
bien podemos acogernos a la posibilidad de que con anterioridad
existiese una poesía popular íntegramente en asturiano,
una tradición lírica emparentada con formas como la
paralelística de la poesía galaico-portuguesa. Un
vestigio de esta posibilidad lo encontramos en la composición
recogida por Juan Menéndez Pidal bajo el título “La
Tentación”:
-¡Ay,
probe Xuana de cuerpo garrido!
¡Ay,
probe Xuana de cuerpo galano!
¿Dónde
le dexas al tu buen amigo?
¿Dónde
le dexas al tu buen amado?
-¡Muerto
le dexo a la orilla del río,
muerto
dexole a la orilla del vado!
¿Cuanto
me das volverételo vivo?
¿Cuánto
me das volverételo sano?
-Doyte
las armas y doyte el rocino,
doyte
las armas y doyte el caballo...
Es un
tipo de estructura paralelística similar al que vamos a ver en
el romance más conocido y el más vivo de los que aún
se cantan en Asturias, “El galán d'esta villa”, con el que
se acompañan las distintas danzas primas de las fiestas
patronales:
¡Ay!,
un galán d'esta villa,
¡ay!,un
galán d'esta casa,
¡ay!,
él por aquí venía,
¡ay!,
él por aquí pasaba.
¡Ay!,
diga lo qu'él quería,
¡ay!,
diga lo qu'él buscaba,
¡ay!,
buscó a la blanca niña,
¡ay!,
buscó a la niña blanca...
Al
margen de estas elucubraciones lingüisticas nos atrae el fulgor
antiguo que desprende un romance que, a fuerza de resultarnos tan
familiar a los oídos, casi ni nos detenemos a escuchar los
latidos de unos octosílabos que tienen mucho de recóndita
fórmula mágica. Así se nos dice de la blanca
niña buscada por el galán, es la que tiene “la voz
delgadina/ la que tien la voz delgada”, que es también la
que el cabello tejía y trenzaba, “al pie de una fuente
fría/al pie de una fuente clara/donde canta la culebra/ donde
la culebra canta”. Uno tuvo que escucharlo muchas veces y leerlo
ahora, reposadamente, en las versiones fundidas que ofrece el hermano
de don Ramón Menéndez Pidal, para descubrir que la
magia no está sólo en la intuición poética
de quien lo hizo correr de boca en boca por primera vez, también
el asunto del que trata es un episodio de magia, la historia de un
encantamiento. La joven de la voz delgadina pertenece a la misma
categoría mítica de los relatos de tradición
oral de Asturias en los que se describe a mujeres, casi siempre
dotadas de una belleza fuera de lo común, que han sido
hechizadas para permanecer prisioneras, “encantadas”, en una
fuente, un pozo o una cueva (lugares que remiten a entradas o bocas
del trasmundo) hasta que alguien consiga romper el hechizo con su
bondad o pronunciando las palabras exactas del “esconxuru”. En
estas narraciones se presenta a las encantadas: moras, mouras o
xanas, realizando determinadas acciones: cantar, peinarse con peines
de oro o tejer e hilar con husos y ruecas, también de oro. En
la parte final del romance que recoge Juan Menéndez Pidal, la
“blanca niña”, tras unos confusos episodios en los que se
queda embarazada y da a luz a una nueva “niña blanca”, la
protagonista, capturada por un Rey, termina tejiendo e hilando en sus
prisiones. Por cierto este último fragmento que publica el
menor de los Menéndez Pidal (pp.150-151) aparece en lengua
asturiana.
Merece
la pena citarlo completo:
¡ay!
arriba en l'alta mena,
¡ay!
arriba en mena alta:
quier
que le sirva a la mesa,
quier
que le sirva a la tabla,
¡ay!,
con la taza francesa,
¡ay!,
con la francesa taza:
que
file paños d'Holanda,
con
rueca la de madera,
con
rueca la de su casa,
los
que filaba la Reina,
los
que filaba la Infanta,
¡ay!,
con el tortoriu d'oro,
col
tortoriu d'esmeralda.
¡Ay!,
tortoriu trae de piedra,
¡ay,
tortoriu, fusu y aspa!
Llabra
en él la seda fina,
llabra
en él la seda clara;
¡ay!
al Rey le fay camisa,
¡ay!,
al Rey la fay delgada,
¡ay!
, del oro engodornida,
¡ay!,
del oro engodornada...
Otras
magias se descubren en este romancero de Juan Menéndez Pidal.
Viejos conocidos de la tradición oral castellana o provenzal
como Bernardo del Carpio, el Conde Olinos: “Levantóse el
Conde Olinos/mañanita de San Juan:/llevó su caballo al
agua/a las orillas del mar”, don Gayferos, don Bueso, don Martinos,
Gerineldo, conviven con celebridades locales de los romances
asturianos: Galancina o Galanzuca, doña Enxendra, Tenderina o
el Conde Flor. No siempre vuelan tan alto ni llegan tan hondo muchas
de estas piezas como el “Galán d'esta villa”, a menudo se
intercalan en historias más o menos caballerescas o piadosas
morcillas chuscas embutidas allí por algún trasmisor no
especialmente dotado para la lírica. Quizá por eso
cobran más valor las auténticas perlas que de cuando en
cuando sirven para perdonar cuatro docenas de octosílabos en
los que no pasa nada o lo que pasa nada interesa, a veces es en los
comienzos del romance donde deslumbran y perduran esas joyas,
seguramente despojos del tesoro original que se perdió. Son
versos como esos que inician “El Penitente” y que valen por toda
una tradición extraviada:
Allá
arriba en alta sierra,
alta
sierra montesía,
donde
cae la nieve a copos
y el
agua menuda y fría...
Más
o menos como en este principio de verano, en el que cualquier día
vemos cubrirse la arena de San Llorenzo (la poca que no se llevó
el mar en los últimos meses) no de sombrillas y bañistas,
sino de copos de nieve, que debe ser lo que sigue a estas mañanas
de sol tímido y noches de agua menuda y fría.
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