Su majestad se despertó con un gran bostezo. Un ruidoso jaleo proveniente de algún lugar cercano había interrumpido bruscamente su siesta. Con un feroz rugido llamó a su chamberlán, que se presentó volando.
- Señor... -cabeceó el córvido secreario, haciendo una gentil reverencia con el ala derecha.
- ¿Qué demonios es ese guiriyay que me ha sacado de la real siesta?
- Son los monos, Señor -respondió el chamberlán-, llevan toda la tarde alborotando. Comenzaron los chimpancés y les siguieron los babuinos, ahora se les han unido también los gorilas que bajaron de la montaña y me temo que la algarada ya habrá alcanzado el corazón de la sabana: al venir he visto cebras y antílopes, gacelas, una manada de búfalos y a lo lejos se escuchaban amenazantes bramidos de rinocerontes y elefantes...En la charca también hay movimientos: los flamencos, las cigüeñas y las grullas, parecen estar preparándose...Supongo que también los cocodrilos y los hipopótamos...
El Rey sacudió su poderosa melena, mostrando los colmillos.
- Pero ¿qué quieren esos desgraciados? ¿Qué piden?
El secretario permaneció en silencio, sin abrir el pico.
Su majestad rugió de impaciencia.
- Me temo, Señor -informó el cuervo-, que vuestros súbditos piden la instauración de la República. Incluso vuestros más fieles guardianes, las hienas y los chacales, están con la revuelta.
- ¡Ingratos! -bramó el Rey-. Está bien. Si eso es lo que quieren no seré yo quién me niegue a una petición del pueblo. ¡Convocadlos a todos y decid que Su Majestad quiere hablarles!
El chamberlán hizo venir a un macaco amaestrado que sabía imitar a la perfección la llamada de Tarzán, si bien en tono más agudo. El aviso se escuchó en toda la jungla, en la sabana, en las montañas y en los humedales.
Cuando todos estuvieron reunidos ante la presencia del Rey, abrió éste sus enormes fauces hasta dejar a la vista las amígdalas y emitió un rugido que hizo temblar hasta la última hierba de sus dominios.
- Ha llegado a mis oídos -comenzó diciendo- que no estáis conformes con nuestro actual régimen y que pedís la instauración de la República. ¿Es así?
Un silencio sepulcral recorrió los hocicos, los picos y las trompas de todos los congregados. Tan sólo un joven mono aullador se atrevió a gritar, escondiéndose tras los amplios lomos de un rinoceronte:
- ¡Así es! ¡Viva la República!
Su majestad alzó las orejas, husmeó con su bigotudo hocico en el aire e impulsándose con sus musculosas patas traseras saltó entre la multitud para caer sobre el desdichado autor del grito. En un abrir y cerrar de ojos lo aplastó de un zarpazo y empleando sólo uno de sus colmillos le arrancó el corazón y se
lo comió, con displicente parsimonia, relamiéndose después.
- Si queréis la República, no seré yo quien se niegue a una demanda popular -dijo, apartando con el rabo al aterrorizado rinoceronte tras el que se había intentado ocultar el mono aullador-. Muy bien...Sea lo que pedís: ¡Queda proclamada la República!.
El chamberlán asintió con el pico. Batió sus negras alas en señal de aprobación.
- Desde ahora -concluyó el león-, yo seré vuestro Presidente.
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