quarta-feira, 31 de outubro de 2012

cambio de régimen

Su majestad se despertó con un gran bostezo. Un ruidoso jaleo proveniente de algún lugar cercano había interrumpido bruscamente su siesta. Con un feroz rugido llamó a su chamberlán, que se presentó volando.
 

- Señor... -cabeceó el córvido secreario, haciendo una gentil reverencia con el ala derecha.
 

- ¿Qué demonios es ese guiriyay que me ha sacado de la real siesta?
 

- Son los monos, Señor -respondió el chamberlán-, llevan toda la tarde alborotando. Comenzaron los chimpancés y les siguieron los babuinos, ahora se les han unido también los gorilas que bajaron de la montaña y me temo que la algarada ya habrá alcanzado el corazón de la sabana: al venir he visto cebras y antílopes, gacelas, una manada de búfalos y a lo lejos se escuchaban amenazantes bramidos de rinocerontes y elefantes...En la charca también hay movimientos: los flamencos, las cigüeñas y las grullas, parecen estar preparándose...Supongo que también los cocodrilos y los hipopótamos...
 

El Rey sacudió su poderosa melena, mostrando los colmillos.
 

- Pero ¿qué quieren esos desgraciados? ¿Qué piden?
 

El secretario permaneció en silencio, sin abrir el pico.

Su majestad rugió de impaciencia.

- Me temo, Señor -informó el cuervo-, que vuestros súbditos piden la instauración de la República. Incluso vuestros más fieles guardianes, las hienas y los chacales, están con la revuelta.

- ¡Ingratos! -bramó el Rey-. Está bien. Si eso es lo que quieren no seré yo quién me niegue a una petición del pueblo. ¡Convocadlos a todos y decid que Su Majestad quiere hablarles!

El chamberlán hizo venir a un macaco amaestrado que sabía imitar a la perfección la llamada de Tarzán, si bien en tono más agudo. El aviso se escuchó en toda la jungla, en la sabana, en las montañas y en los humedales.
Cuando todos estuvieron reunidos ante la presencia del Rey, abrió éste sus enormes fauces hasta dejar a la vista las amígdalas y emitió un rugido que hizo temblar hasta la última hierba de sus dominios.

- Ha llegado a mis oídos -comenzó diciendo- que no estáis conformes con nuestro actual régimen y que pedís la instauración de la República. ¿Es así?

Un silencio sepulcral recorrió los hocicos, los picos y las trompas de todos los congregados. Tan sólo un joven mono aullador se atrevió a gritar, escondiéndose tras los amplios lomos de un rinoceronte:

- ¡Así es! ¡Viva la República!

Su majestad alzó las orejas, husmeó con su bigotudo hocico en el aire e impulsándose con sus musculosas patas traseras saltó entre la multitud para caer sobre el desdichado autor del grito. En un abrir y cerrar de ojos lo aplastó de un zarpazo y empleando sólo uno de sus colmillos le arrancó el corazón y se 
lo comió, con displicente parsimonia, relamiéndose después.

- Si queréis la República, no seré yo quien se niegue a una demanda popular -dijo, apartando con el rabo al aterrorizado rinoceronte tras el que se había intentado ocultar el mono aullador-. Muy bien...Sea lo que pedís: ¡Queda proclamada la República!.

El chamberlán asintió con el pico. Batió sus negras alas en señal de aprobación.

- Desde ahora -concluyó el león-, yo seré vuestro Presidente.

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