domingo, 11 de dezembro de 2011

José Luis Piquero sobre "Despedida"


ORFANDAD

Despidida
Pablo Antón Marín Estrada
Suburbia Ediciones, Xixón. 180 páginas.


            Pérdida y desconsuelo. Esas serían dos de las palabras clave en este nuevo y espléndido libro de poemas de Pablo Antón Marín Estrada (Sama, 1966), uno de los grandes poetas (y narradores) de la literatura asturiana actual. Hay otras palabras: cansancio, silencio, olvido. Pero también memoria, para sobreponerse a todo lo demás: el último patrimonio del que está solo.
            La muerte del padre es el tema central de Despidida, no sólo la ausencia física de la persona sino la desaparición de referentes. Con el padre se desvanecen las enseñanzas y los lugares amados de la infancia, las palabras originarias, los nombres de las cosas, la idea misma de la casa familiar, símbolo de la raigambre, de la comunión con la tierra natal: “La casa onde deprendimos / a tar xuntos y a esconxurar / el fríu y les tormentes / coles palabres esactes / el calor de la to mano / guiándome nes sombres...”. Significativamente, en “Unhappy end”, Hansel y Gretel huyen de la bruja, regresan a casa y se la encuentran vacía. Sin un espacio propio, el poeta es como un lobo que abandona el bosque y se interna en la ciudad por la noche, solitario y oscuro. La misma idea de una partida aparece en “La casa xunta’l mar”: “Marcharon, dexaron la casa / xunta’l mar pa que la comiere’l vientu / y enxamás volvieron, enxamás / s’arrepintieron de marchar”. Y es que la huida, el abandono desengañado de lo que fue propio, constituye otro de los ejes del libro. Así, en “Freddy” o en “Llonxe” (“sigues el viaxe / que nun te importa ya / a onde te lleve”: desarraigo, orfandad.
            No obstante, queda la memoria, como dijimos, y el poeta reconoce en sí mismo los gestos y las frases del padre. Es un pacto con el pasado “qu’esclúi les sombres / el fríu, l’escaezu”. Hamlet está obligado a ocupar el sitio de su padre el rey, tras la muerte de este. Esa aparente contradicción (olvido y memoria) se ponen de manifiesto en “El nome de la casa”: “Nunca nun quixo que naide lu escaeciera / nunca nun quixo que naide lu remembrara”. Pero el resultado es el mismo: la soledad. Y el poeta se mira en el espejo “y l’espeyu nun reflexa a naide” (“Extrañu frutu”).
            Todos los poemas constituyen así variaciones de un mismo poema, facetas de ese cristal oscuro de la pérdida y el desconsuelo. Apenas un puñado de ellos tocan otros registros, como “La pequeña muerte” (un poema de amor intensamente erótico) o “Batallón Galicia” y “Homenaxe”, fervorosos ejercicios de memoria histórica.
            Entre los judíos existe el Kadish Yatom, o Kadish de los huérfanos, una oración en memoria de los muertos, una despedida. Gran parte de este emocionante y desolado poemario es, desde el mismo título, justamente eso. Esperemos que no sea también una despedida literaria de Pablo Antón Marín Estrada, que en la nota final anuncia su intención de no publicar más. Sería una pérdida irreparable: otra orfandad.

José Luis Piquero
(El Cuaderno-La Voz de Asturias 11-12-11)

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