sexta-feira, 2 de agosto de 2013

el secreto de ofelia

-Sí, señor -dijo Ofelia, volviéndose de pronto hacia las estanterías que habían ocupado los comestibles de su tienda-, aquí tengo algunos libros de Cunqueiro y también una fotografía con él, al lado de estas de mi sobrina nieta el día en el que hizo la primera comunión. Las que están junto a ella son de mi difunto marido. A Cunqueiro le hacía mucha gracia, yo no sé por qué, mi nombre y el de mi difunto, que era portugués de Las Azores y se llamaba Otelo. A veces lo comentaba con sus amigos, de la que venían a casa de su primo Moirón (que era una bellísima persona, como don Álvaro, aunque los dos fuesen más bien de derechas...porque eran muy de derechas...), se acercaba con ellos a la tienda, pedía cualquier menudencia y me presentaba: “Aquí doña Ofelia, viuda del señor Otelo...” y los amigos se lo reían como si fuese una ocurrencia suya, que él era muy bromista, ¿no sabe?. Luego decía: “Esto es como una comedia de Pirandello, los personajes se han rebelado contra el autor y Otelo se casó con Ofelia, ¿sábe Dios con quién acabaría matrimoniando la desdeñosa Desdémona?”. Que debían ser nombres de amigos suyos, que los conocían a todos de sabe Dios qué aventuras, por eso les hacía tanta gracia, ¿no sabe?

Estaba en Riotorto, la aldea natal de la madre de Álvaro Cunqueiro y la primera persona con la que me encontraba allí que me supiera dar razones de la casa familiar donde pasaba los veranos de la infancia el escritor, se llamaba Ofelia y había leído prácticamente todos los libros publicados en vida por aquel señor de la vecina Mondoñedo, que además de su autor preferido, era para ella el “curmán” (primo hermano) de don Pepe Moirón.

Ofelia era una mujer conversadora e inquieta, que a sus ochenta y cinco años acababa de matricularse en la UNED de Lugo para el Curso de Acceso a la Universidad para Mayores. Si lo aprobaba y la salud se lo permitía, su intención, me confesó sin hacer alarde de ello, con la mayor naturalidad, era cursar la carrera de Psicología.

- En mi casa tuvimos tienda toda la vida. Primero mis padres y luego la tuvimos mi difunto y yo hasta que la cerré hace ya un par de años. Y eso imprime carácter. A mi la gente me decía siempre que tenía mucha psicología, que en lugar de tienda, bien podía haber estado al frente de una taberna o de una gran empresa. Cosas de la gente. Yo creo que debía ser porque me veían leer y porque era la única vecina de Riotorto a la que venía a saludar Cunqueiro con sus amigos...que aquí a casa de Moirón venían todos, la flor y la nata de Galicia y España enteras: el doctor García Sabel, Fraga Iribarne, Pío Cabanillas, Paco del Riego (que es de aquí al lado, de Lourenzá y ése era de los míos, muy de izquierdas, galeguista, nunca dio el brazo a torcer...), Cesar Antonio Molina (el que fue ministro socialista), Carlos Casares...Bueno lo que le quería comentar... tanto me machacaron con eso de la psicología que tenía que a la hora de elegir una carrera no me lo pensé dos veces. Si tengo salud y la cabeza en su sitio para terminarla ¡ya podrán decir con fundamento que tengo Psicología!

La tendera retirada de Riotorto poseía una memoria extraordinaria y podía recitar letra por letra varias de las obras de Cunqueiro, que había leído tantas veces y con tanta atención. Le pregunté cuál era el libro que prefería y sin dudarlo contestó “Merlín e familia”. Se puso a recordar las primeras líneas, aquellas que hablan de cómo describir Esmelle y su bosque. Quería retratarla recitando el Merlín con el propio volúmen en la mano y le sugerí que lo cogiese de la estantería donde le hacían compañía media obra completa de don Álvaro junto a las fotos familiares de doña Ofelia. Ella, sin perder pie y recordando de corrido cada línea de la introducción de la maravillosa novela, extrajo otro volúmen: “Escola de Menciñeiros” y así la fotografié, con las palabras del Merlín que no se escuchan en la imagen y la primer edición de Galaxia de su serie de semblanzas de curanderos, que continuaría luego en “Os outros feriantes!.

En una de las paredes laterales de la antigua tienda había viejas portadas de periódicos republicanos y el de un semanario comunista editado en Santiago de Cuba en los años treinta. Me interesé por ellos y Ofelia me contó la historia de su padre, emigrante y uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba. Volvió de la isla una década antes de que Fidel Castro entrara con sus barbudos de Sierra Maestra en La Habana. Ya convertido en tendero, el padre de Ofelia, siguió durante años enviando donativos al Partido que había contribuído a fundar desde la oficina de Correos de Mondoñedo.Dejó de hacerlo cuando leyó en un periódico de Madrid que Castro elogiaba al General Franco.
Ofelia, a pesar de sus confesadas ideas izquierdistas y republicanas, tampoco parecía mostrar mucha simpatía por el régimen cubano. Tras enviudar de su difunto Otelo había viajado a la isla en una excursión organizada por el BNG de Riotorto y lo que vio allí no le gustó nada. “Me dio mucha pena ver a aquella gente que lleva la alegría y la vida en el cuerpo pasar tantas necesidades, mientras hay unos cuantos -los listos de siempre- que disfrutan de todos los privilegios. No creo que la Cuba de Fidel tenga nada que ver con el verdadero comunismo”, me decía, acariciando la vieja portada del periódico del PCC en Santiago de Oriente.

Había ido a Riotorto para conocer el solar natal de la madre de Álvaro Cunqueiro y aunque la conversación de Ofelia invitaba a coger una de aquellas sillas paticojas de la antigua tienda para sentarse a escucharla, le propuse, en una de las escasas ocasiones en las que interrumpió su cháchara para suspirar y tomar aliento, que me acompañase a la casa familiar de los Moirón y Montenegro. Estaba a la vuelta de una curva en la entrada de Riotorto, frente a un taller mecánico. Yo esperaba encontrarme con un pazo, por lo menos la mitad de historiado que aquel donde pasó sus últimos años Merlín en la tierra de Miranda. Lo que vi fue una casona sin carácter, probablemente con no más de medio siglo de antigüedad, en la que, eso sí, destacaban unos hermosos jardines, ribeteados de parras y rosaledas.

- De la casa antigua, donde venía Cunqueiro de rapaz a veranear desde Mondoñedo, no queda piedra sobre piedra -dijo Ofelia-. Es una pena porque era muy bonita.

En la casa que ya no existía se había refugiado Álvaro Cunqueiro en los años cuarenta. Después de hacer la campaña del Norte en la guerra civil con las tropas de Franco y de haber colaborado en los principales medios de comunicación del bando azul durante toda la contienda, tras la victoria, su firma se prodigaba en las cabeceras más importantes de la prensa española. A mediados de la década de los cuarenta cayó en desgracia por cuenta de un episodio que él nunca quiso recordar y que, al parecer, consistió en cobrar un reportaje encargado por la embajada de la Alemania nazi en Madrid que nunca llegó a publicarse. Le retiraron el carnet de periodista y le dieron de baja en Falange -una organización en la que nunca llegó a estar afiliado realmente, según han averiguado investigadores de la vida y la obra cunqueirianas-. Se le cerraron todas las puertas y la única salida que vio Cunqueiro fue la de poner tierra de por medio y volver a la tierra natal de Mondoñedo. En sus primeros años se refugió en la casa de su primo hermano Moirón en Riotorto. Allí le recordaba bien Ofelia. Apenas salía si no era para pasear por los jardines de la casa. Si se enteraba que algún forastero había llegado al pueblo se encerraba en la casona familiar y pasaba días sin asomar la cabeza por una ventana. “Entonces todo el mundo tenía miedo -me contaba Ofelia-. Incluso un señor de derechas como Cunqueiro, sabía que ni en casa de su “curmán” Pepe Moirón, que era de la Adoración Nocturna de Mondoñedo y respetado por todos los Falanges de Meira a Lourenzá, de Betoña a Ribadeo, podía estar seguro”.

Caminamos por la carretera, recorriendo el cierre de la finca y admirando el esmero con el que seguían cuidados aquellos jardines. Ofelia destacó el color y la vitalidad que el sol de primavera imprimía a las rosaledas enredándose en los arcos de un paseo de fina y blanca gravilla.


- En aquellos años -recordó Ofelia-, de rapaza, vi muchas tardes a Cunqueiro recorriendo estos jardines, avanzando a grandes pasos bajo estas rosaledas con las manos atrás, pero muy erguido, con la cabeza al frente, alto...siempre fue muy alto, un mocetón...Parecía un general prisionero pasando revista a un ejército fantasma...Una vez ¿no sabe?, de rapaza se tiene ese descaro, me acerqué a estos mismos muros y él iba paseando, como todas las tardes, muy erguido, con las manos atrás...Al pasar cerca de mi le vi la cara...Entonces aún no llevaba lentes...Le vi los ojos, unos ojos claros, grandes, muy despiertos...Iba llorando...Aquel señor tan alto y tan digno en su andar, iba llorando a lágrima viva...

Aunque era muy de derechas y un señorito de Mondoñedo que no salía de la casona de su primo Moirón, desde aquel día Ofelia sintió por él un afecto, que aún ahora, cuando la conocí en Riotorto, no era capaz de explicar. Hasta entonces nunca había visto llorar a un hombre hecho y derecho. Cunqueiro percibió la presencia inoportuna de la rapaza y enseguida recompuso el gesto para dirigirle una mirada poco amistosa, que provocó la inmediata fuga de la curiosa. Años después, cuando ella ya había leído casi todos sus libros y le admiraba y él entraba de Pascua en Ramos en la tienda para saludarla o para repetir la gracia de Ofelia y Otelo ante sus amigos, aquella testigo del llanto del escritor siempre tuvo deseos de expresarle la franca complicidad que sintió en esos momentos hacia el primer hombre que veía llorar. Nunca fue capaz. El señor alto y erguido, cargado con unos cuantos kilos de más y con aquella mirada clara y alerta, tamizada tras unos lentes de aumento, seguía transmitiendo una imponencia que la intimidaba.

De nuevo en su territorio, el local que había ocupado la antigua tienda, Ofelia se prodigó en ciertos pormernores de la vida privada de Álvaro Cunqueiro, que no me interesaban tanto: su temprana separación de la mujer con la que había tenido a sus dos hijos, la cercanía con la que éstos se criaron junto a su padre, el cuidado y la atención que él siempre les había dispensado, aún en los momentos en que su economía no era muy buena y así y todo había logrado darles una carrera, la devoción que estos hijos ya adultos habían siempre manifestado por su padre y por su obra como escritor...

Caía la tarde de primavera sobre el escaparate amarillento de la antigua tienda de Ofelia y le di las gracias por su amena conversación, por todos los detalles que me había dado acerca de Cunqueiro, por su admirable fidelidad de lectora y sobre todas las cosas, por haber compartido conmigo, un perfecto desconocido al que seguramente nunca más iba a volver a ver, esa escena íntima, que no relata ningún estudioso de la vida y la obra del escritor mindoniense y que ella habia tenido el privilegio de compartir con él: el secreto de una tarde en la que Álvaro Cunqueiro, hombre hecho y derecho, había llorado a lágrima viva, paseando por los jardines y rosaledas de la casona familiar de Riotorto

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