domingo, 27 de janeiro de 2013

vestido de novia

Paso todas las noches por delante de esa tienda que exhibe vestidos de novia en el escaparate y que está justo enfrente de un club. A veces me paro a observar el efecto del letrero de neón sobre esos trajes de blanco satén como un sarcasmo visual de la propia realidad. Hoy lo hice porque había salido de casa sin mechero y me apetecía fumar. Frente al escaparate un chico, con una enmarañada melena rubia que le llegaba a la mitad de la espalda y alzado sobre unas altas botas de tacón, contemplaba los vestidos con verdadera delectación. Le di las buenas noches antes de preguntarle si tenía lumbre a mano.

Se volvió, sorprendido, con el reflejo de aquellos diseños de boda aún palpitando en unos ojos azules, levemente perfilados de rímmel. Sobre los labios, finos y delicados, una sutil sombra de pelusa rubia contribuía a reafirmar su cierto aire andrógino. En cualquier caso el asombrado fui yo cuando oí pronunciar mi nombre.

- ¿Eres tú? -añadió, con una sonrisa enigmática-. Mírame bien: ¿no me reconoces?

Lo miré bien. ¡Claro que lo reconocía! Si la vista y la memoria no me engañaban aquel chico o chica era mi amigo de la infancia Alex. Tenía sus mismos ojos. No me cabía ninguna duda.

Realmente me sorprendió. Intenté decir algo y sólo se me ocurrió balbucear acerca de lo mucho que habia cambiado desde los tiempos del colegio.

- Claro -repuso el chico o chica-. Ahora soy un hombre. Son cosas que pasan...

No fui capaz de traducir la ironía de su respuesta.

- Suele suceder -repliqué, con la impresión de estar pisando terreno resbaladizo-. Los críos nos convertimos en adultos...Es ley de vida, como se suele decir...

Él o ella, sonrío abiertamente. Clavó sus ojos azules en mí, con un guiño de picardía.

  • Yo además de adulto, ahora soy un hombre.

Seguí sin captar la ironía. A pesar de su ambigua apariencia actual, recordaba a Alex como un niño, más bien bruto y al que las hormonas se le habían adelantado antes que a los demás, cambiándole la voz -una voz muy similar a la que ahora escuchaba- y bastantes hábitos de conducta. Siempre había sido un crío más bien tranquilo, pacífico y en el último curso de la EGB se transformó de pronto en una especie de matón, al que, a menudo, me veía en la necesidad de afearle ciertos abusos que cometía sobre otros amigos míos más débiles que él.

Rumiaba uno estos recuerdos tan lejanos cuando de nuevo la voz del chico o chica de la enmarañada melena rubia realizó un comentario que me dejó totalmente descolocado.

- ¿A que nunca te lo hubieses imaginado? -casi gritó, riéndose a carcajadas-. Mi hermano decía que yo te gustaba...Siempre estabas preguntando por mí y cuando me veías te ponías colorado como una manzana...

En ese momento la única idea medianamente racional que me vino a la cabeza fue la de pensar que me había equivocado de amigo de la infancia. Hice por recordar a otro que tuviese un hermano rubio y de ojos azules, un poco turbado por aquella suposición de que a uno le pudieran gustar los críos de su género, por afeminados que fueran. Entonces él o ella prosiguió:

- Ya te lo decía. Son cosas que pasan. Y ahora soy una persona probablemente distinta en apariencia a la que conociste, aunque yo me sienta la misma persona. ¿Sabes? Sigo siendo la misma persona, aunque ahora me llame Víctor y sea un hombre...

Me tiré a coger este último cabo a ver si conseguía aclararme:

  • ¿Y antes cómo te llamabas?

Me dedicó un mohín de decepción.

- ¡Parece mentira que no te acuerdes! ¡Y mi hermano me decía que estabas colado por mí! ¡Cómo sois algunos hombres! Yo afortunadamente no soy así porque sé lo que es vivir como mujer y como hombre. ¡Soy Ana! ¿De verdad no te acordabas de cómo me llamaba?

Recordaba perfectamente el nombre de la hermana de Alex. Era cierto que me gustaba y que me volvía loco por coincidir con ella cuando iba a casa de mi amigo o en las escasas ocasiones en las que salían juntos. A lo largo de aquel último curso antes del Instituto también a mi se me habían revolucionado las hormonas y en mis primeras -torpes y compulsivas- masturbaciones me recreaba en aquellos ojos azules y aquellos rizos dorados de Ana. Por supuesto que la reconocía ahora y mientras mis pobres perros emitían sus lastimeros gemidos para que reanudásemos el paseo, me quedé absorto allí ante aquella ambigua criatura de la melena enmarañada y las botas de tacón alto que reiteraba una y otra vez su actual condición de hombre. Por romper el embarazoso silencio en el que me había sumido tras su revelación le pregunté qué tal estaba y cómo le iba en la vida.

- ¡Nunca me sentí mejor que ahora! -respondió Víctor-. Tengo un buen trabajo que me gusta y tengo novia, una chica fantástica, guapísima, con la que quiero casarme. Estoy convencido de que es la mujer de mi vida.

Deshecho el malentendido y admitiendo, no sin cierta perplejidad aún latente, la condición masculina que nos unía ahora a la antigua Ana y a uno, dirigí un gesto cómplice de la mano hacia el escaparate de los vestidos de novia.

- Aquí me pillaste -dijo Víctor-. Estaba viendo un traje que me gustaría regalarle a mi novia porque la veo ya vestida con él...Creo que a ella le iba a encantar...Y que es de su talla, le iba a quedar genial...

- No lo dudo -repliqué-. Seguro que es una chica estupenda y que seréis muy felices...

- Es estupenda -respondió él, echándose la melena hacia atrás y con un brillo en la mirada que denotaba su enamoramiento por ella-. Ahora mismo la estaba esperando. Trabaja ahí enfrente, en el club. Suele salir a estas horas a comer algo conmigo. Luego vuelve al tajo, hasta que se tercie... Así es la vida. Yo también llevo horario nocturno. Trabajo en otro club, de transformista, actúo además por libre, donde me llaman...Es lo que hay...Nos va muy bien, de momento. Ya sabes que en estos negocios nocturnos la crisis se nota menos, siempre hay noctámbulos con pasta dispuestos a mantener al personal...Te doy la tarjeta del club donde trabajo por si alguna vez quieres venir a verme: imito muy bien a Alaska y a Sara Montiel, a Shakira y a Marisol, disfrazada de niña con coletas...Jajaja...Seguro que si me ves así te viene a la memoria aquella hermanita de Alex que a ti tanto te gustaba...

- Seguramente -le dije, por ir buscando una manera no demasiado brusca de despedirme-. Espero que todo te siga yendo igual de bien y si tienes ocasión de hablar con Alex, dale un abrazo muy fuerte.
Los perros tiraban de mi. Se les había acabado la paciencia de estar allí detenidos y amarrados del collar, sin un triste recinto de hierba o jardín en el que poder solazarse y hacer sus cosas. De no ser por ellos, me habría quedado allí conversando con aquella antigua Ana de mi infancia hoy metaforseada en un hombre llamado Víctor en el que aún eran más que perceptibles los vestigios de la niña tan guapa que fuera. Me habría quedado allí con aquella inesperada sorpresa del paso del tiempo a esperar que su chica saliese del club a comer algo antes de volver al trabajo y luego seguramente habría acompañado a Victor-Ana hasta su club para verle actúar como transformista dejándome llevar por la llamada de una copa tras otra y por eso que tanto se parece a la llamada de la selva y que es la fidelidad a cierta memoria íntima. No pudo ser. Mis perros ya no aguantaban más y desde aquellos lejanos días de la incipiente adolescencia, estaba claro que todos, la vida misma, el discurrir de la realidad, habíamos cambiado mucho, tal vez más de lo esperado.

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