No entiendo a
los enemigos del tedio y la rutina. Me gusta andar todos los dias el mismo
camino por el Muro de San Llorenzo en Xixón, entre jubilados que resuelven con
su cayado de madera el enigma de la Esfinge, corredores y patinadores,
surfistas, paseantes con perro o con paraguas o con sombrero y sin perro, ni
paraguas ni sombrero ni prisa. Mirar todos los días la misma ciudad desde la
misma perspectiva, como despertar todas las mañanas al lado de la persona
amada, nos regala con frecuencia –no tanta como para mal acostumbrarnos a ella
y devaluar su maravilla- la sorpresa de su mejor cara, cada vez más atractiva y
sugerente que la anterior. Esta tarde de domingo, por ejemplo, Xixón se me
presentó al otro lado del Piles, como una ciudad que sólo podría calificar de
imaginaria.
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