Somos tan humanos, demasiado humanos que mentimos hasta en lo que ven nuestros propios ojos. La cámara no piensa, no recuerda ni reinterpreta la realidad, carece de cualquier posibilidad de modificarla consciente o inconscientemente. Capta lo que verdaderamente ve: la noche llega primero a la tierra y luego oscurece el cielo.
Nosotros vemos
lo que queremos ver. En este caso: hay algo de angustiada esperanza, tal vez de
pura desesperación, en querer ver que la noche oscurece el cielo allá en lo
alto mientras aún quedan unas briznas de luz aquí en la tierra que pisamos.
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