sexta-feira, 7 de junho de 2013

estrellas anónimas

De los cuentos que reunió el escritor vasco Bernardo Atxaga en su primer libro de éxito:” Obabakoak”, hay uno del que sólo recuerdo el título, porque me canta en la memoria cada noche mientras paseo a los perros y a cena: Saldría a pasear todas las noches. Entonces se me ocurre si de verdad saldía a pasear todas las noches de no tener perros que sacar.
Antes, hace años, lo hacía, salir todas las noches, más que por pasear, por vivir unas cuantas horas más del día allí donde las conversaciones, los encuentros casuales, los ritos antiguos de la compañía siguen manteniendo la llama encendida en las sombras de los bares. Entonces, como ahora, debo ser uno de los últimos occidentales que aún mira el cielo sin el más mínimo interés científico, sólo por el gusto de ver cada noche cómo se encuentra la luna y, si la contaminación lumínica y las nubes lo permiten, por dónde andarán triscando los rebaños de estrellas.
En la aldea de mi madre, Fariseo, por los montes de Blimea, había un tontín, profesional de la mendicidad ambulante, al que llamaban Miracielos, porque decían que miraba más para el cielo que para el suelo por donde pisaba. Algo de Miracielos debe tener uno para arrastrar desde que tiene memoria esta manía de asomarse a un balcón o pasear por las calles de la noche, en mi caso, mirando tanto hacia los misterios de allá arriba, como hacia las cosas de por aquí abajo.
Esta noche, pasaba por la Plaza del Parchís con los perros y frente al Antiguo Instituto, en uno de los skylines más singulares de Xixón, vislumbré un racimo disperso de estrellas que no fui capaz de asociar a ninguna constelación. Eran algo así -aunque infinitamente más nobles- como esos políticos tránsfugas que se quedan con su silloncito y a los que llaman oficialmente: diputados o concejales no adscritos. Bien, éstas parecían de esa suerte: estrellas no adscritas a ninguna constelación o esa era la impresión que se tenía aquí en la tierra (es probable que las nubes altas ocultaran a sus compañeras de formación estelar). Recordaba uno con envidia al teósofo Roso de Luna, no por haber escrito esa demencial barrabasada de “El Tesoro de los Lagos de Somiedo”, sino porque tuvo la singular fortuna de haber descubierto una estrella, que hoy lleva su nombre.
Me venían a la cabeza también unos versos maravillosos de Gianni Rodari, un autor italiano poco conocido en España que ha escrito poesía para niños llena de gracia e inteligencia. En uno de esos poemas habla de las estrellas sin nombre, como estas que aparecieron hoy sobre el cielo de la Plaza del Parchís. Más que una composición para lectores infantiles, a mi me parecen unos de los versos más luminosos que dio la poesía italiana del pasado siglo XX, superiores a muchos de Quasimodo, Ungaretti o Montale. Dicen así:



I nomi delle stelle sono belli:
Sirio, Andrómeda, l'Orsa, i due Gemelli.



Chi mai potrebbe dirli tutti in fila?
Son piú di cento volte centomila.



E in fondo al cielo, no so dove e come,
c'è un milione di stelle senza nome:



stelle comuni, nessuno le cura,
ma per loro la notte è meno scura.



La voz de Rodari es tan clara y “prestosa” como el chorro de una fuente. No necesita traducción. Ella sola ilumina su propio camino como estas estrellas dispersas que me refrescan en la memoria sus versos: estrellas corrientes, nadie las estima, pero gracias a ellas la noche es menos oscura...



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