quarta-feira, 7 de novembro de 2012

el ladrón del antifaz

Ella se había enamorado perdidamente de él mientras se visionaba en Comisaría, por tercera vez, la grabación del atraco a la gasolinera de F***. El Inspector Jefe quería estar seguro de que cualquiera de sus agentes pudiese reconocer aquella cara como si fuese la de su padre o su madre. No era un rostro fácil de olvidar. Ella pensó que realmente no se trataba de una cara vulgar y el detalle del antifaz, más que cómico, le había parecido romántico.

No tardaron en dar con el atracador. Lo pillaron literalmente con las manos en la masa, tras rodear con un espectacular dispositivo la panadería en cuyo horno trabajaba. Tenía una doble vida, dijeron los periódicos al día siguiente, reproduciendo la nota oficial: en los últimos meses había asaltado dieciocho gasolineras de toda la comunidad castellano-leonesa, mientras llevaba una existencia normal en un céntrico barrio de Zamora como obrador de una conocida tahona de la ciudad. Los papeles también reprodujeron el mote con el que lo había bautizado personalmente el Inspector Jefe: “El ladrón del antifaz”.

Ella participó en el operativo que condujo a la detención del asaltante de gasolineras. A pesar de la tensión con la que todos vivieron ese momento, mientras sus compañeros esposaban al detenido, se había retirado hacia los anaqueles de madera de pino donde reposaban las hogazas de pan trigo recién salidas del horno y aquel aroma a leña seca y a masa de harina fermentada, la había devuelto al calor de la infancia en una casa donde todas las mañanas la despertaba ese mismo olor a mundo bien hecho.

Cuando lo trasladaban a Comisaría ella se ofreció como voluntaria para custodiarle en el furgón policial junto a otro compañero. En un momento del trayecto sus miradas se habían cruzado y él aprovechó esa leve complicidad para quejarse de que le hacían daño las esposas. Ella cruzó una mueca burlona con su compañero y accedió a la petición del detenido:

- Te las aflojamos, para que luego no digas que te tratamos mal...

Se encontró con él por última vez cuando lo sacaban de los calabozos para conducirlo al Juzgado. En el pasillo que daba a la zona de celdas, sus miradas se volvieron a cruzar durantes unos segundos.

Luego lo había visto por televisión y en las fotos que reprodujo la prensa. Durante un tiempo le escribió a la cárcel cartas firmadas con un nombre falso y remitidas desde un apartado de correos, a las que él nunca contestó. Finalmente dejó de escribirle.

En su último destino en X., algunas tardes de lluvía y viento frío se acordaba de él, de aquellos ojos profundos y claros que en sus atracos él enmarcaba en un antifaz. Los jueves, después del servicio, acudía a una tienda de productos artesanales del centro, donde ese día llegaban tiernas y olorosas, delicadas hogazas de pan trigo de Zamora.

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