quinta-feira, 11 de abril de 2013

ruinas

Del antiguo monasterio de Santa María de Belmonte o Lapedo, apenas quedan en pie unas cuantas piedras, el retablo de una de sus capillas en una braña de Tineo y, exenta del terreno que ocupó el cenobio, a una legua aproximada, por la carretera de Somiedo, también la fragua de mazo y fuelle de la ferrería, reconstruída y señalada con un cartel que la califica de romana (tal vez por el orígen técnico del ingenio). De sus dominios terrenales -que se extendían por buena parte del occidente de Asturias y el norte de León- sólo perduran las palabras con las que una vez fueron nombrados y escritos, en un montón de legajos custodiados en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid y el Histórico Nacional de Madrid, entre otros.

La Academia de la Llingua Asturiana publicó hace tiempo una muestra de esta documentación correspondiente al siglo XIII, en una edición a cargo de Margarita Fernández Mier, que prescinde de todo andamiaje crítico para ofrecer simplemente la lectura de los documentos seleccionados: donaciones, ventas, compras, etc. El lector hedónico agradece la desnudez de estos textos que se pueden disfrutar en calidad de series de enumeraciones de las diversas industrias que movían el mundo en esos días medievales, un mundo no tan lejano al que conocieron los campesinos asturianos del pasado siglo XX
y cuyas ruinas aún alientan en estas primeras décadas del XXI. 

Donde otros sólo ven estas industrias y las economías o avatares históricos en los que se contextualizan, el que lee por simple gusto y curiosidad, saltándose los reiterados formulismos y demás paja notarial, encuentra en las líneas provechosas fragmentos de una realidad que podría formar parte de una novela, no sé si del Ciclo Artúrico y la Materia de Bretaña o de unos versos que podría haber encoplado un trovador de Belmonte o Salas, contemporáneo y conocedor de la lírica galaico-portuguesa y provenzal. Para los actuales hablantes del idioma asturiano, a falta de una literatura medieval, ciertas líneas de estos legajos vienen a suplir la querencia por las formas escritas más antiguas de nuestra lengua.

Y así cuando leemos en estos documentos que una tal Marina Pelaiz “filla de donna Loba & de Pele pedriz del campo” vende al monasterio de Belmonte y a su abad don Froyla, toda su herencia al simbólico precio de tres “morabetinos” (maravedíes), a cambio de salvar su alma y las de “mia madre & de mio padre”, siendo su última voluntad que: “a mia morte si dientro portos morrer con pouco o con maes, uenir prender sepultura en Monesterio de belmonte”, nos sentimos dichosos de poder imaginar el romance de la vida de esa señora, cuya madre arrastraba el nombre de Loba y su padre Pele Pedriz del Campo y por qué encomienda a la piedad de la comunidad monástica el alma de ellos y la suya propia, ya muriese con mayor o peor fortuna dentro de los dominios de Santa María de Belmonte. O que otro tal Pedro Gonzaluiz entrega al monasterio por cincuenta “morabetinos” todas sus propiedades en un alfoz de la Pobla de Grado, así ennumeradas: “controzios ye una bona casa, terras lauradas ye por laurar, domado ye por domar, fontes, montes, arbores, Lantados, Prados, pascos, felgueras, Molneras, Rozas, Diuisas, con suas antradas ye con suas salidas, dentro ye fora a monte ye aualle”. Se habla en estos legajos también de tierras “dondas (suaves, fértiles) ye bravas”, de “iuguerías” (pastos cercados y cuadras) con todo el ganado que en ellos se halla: “dos bues & duas uacas & dolce ouellas & todas presseas de bues”. Y se rubrican con rotundas maldiciones, sustentadas tanto en el castigo divino como en la pena terrenal: “se alguno de mio linage o dotro estranno quisier esta uendicion que yo fago contrariar o corrimpier sea maldito & escomungado & peche auos oquien uostra uoz teuvier C morabetinos”.

Los escribanos que caligrafiaban estos documentos al dictado de los abades de Santa María de Belmonte nombraban en su precario romance asturiano cosas que eran tan reales y valiosas como los maravedíes (sus “morabetinos”) contantes y sonantes con los que enriquecían al cenobio los vendedores y donantes de los contornos a cambio de la salvación de sus almas y de la de los suyos o de un enterramiento digno en el suelo sagrado de la comunidad monástica. Los propios abades, codiciosos por seguir acrecentando el patrimonio del convento, no ignoraban que aquellas cosas, puestas negro sobre blanco, la palabra escrita, representaba la legitimidad y perdurabilidad de toda su riqueza. Aquellas palabras no las iba a llevar el viento.

El viento (todos los vendavales, las tormentas, los aguaceros, las nieves...la adversa climatología propia de estas tierras) y el tiempo no se llevaron las palabras perdurables, aunque sí, una tras otra, cada cosa que nombraban: fuentes, montes, tierras labradas y por labrar, cultivadas y por cultivar, ganados, aperos, molinos, viñas, castañales, pomaradas, con sus entradas y salidas, incluso el oro o la plata de los maravedíes se iba a ir corrompiendo y arruinando hasta quedar en nada o en lo que es lo mismo, a efectos materiales, en simple recuerdo.

Por una de esas inquietantes venturas del azar esta publicación de la Academia de la Llingua Asturiana del año 95 con documentación del antiguo monasterio de Santa María de Belmonte reapareció hoy -después de darla por perdida en alguna mudanza- junto a un objeto sin aparente relación con el libro, un sombrero de mujer. Dio con ellos Lorgia, la chica peruana que cuida de mi madre, al hacer limpieza en un armario del cuarto que ocupé hasta mediados de los noventa en la casa familiar de Xixón. Cuando esta tarde acudí a visitar a mi madre no sé cuál de estas cosas me sorprendió más volver a recuperar. Los documentos belmontinos me tuvieron entretenido hasta altas horas de la noche, perdiéndome y encontrándome entre “felgueras”, “pasciones”, tierras a monte o a valle. El sombrero -en realidad un gorrito de lana que recreaba el estilo parisino o norteamericano de los años veinte- me llevó su tiempo intentar recordar en qué posible cabeza de mujer lo había visto por última vez. Bueno, para no faltar a la verdad, más bien lo dejé a un lado de momento al sentir cierto temblor sentimental al volver a tocarlo. En realidad sabía bien de quién era, aunque no recordaba las circunstancias concretas por las que acabara en un armario de la casa donde viví con mis padres durante mis primeros años en Xixón.

Ahora que tengo ambos hallazgos, uno junto al otro, delante de mí, no puedo menos que elucubrar acerca de la distinta naturaleza de estas dos cosas. El libro muestra entre latosos formulismos notaliares sucesivas enumeraciones de realidades que fueron y que ya sólo son palabras; el sombrero es algo tangible de una realidad que fue tan cotidiana como ese sombrero y que hoy me siento incapaz de recordar con palabras. Nó sólo sirven para nombrar y recordar. También duelen. Y algunas nombran, recuerdan, duelen lo que olvidamos en frío y en falso, porque quisimos o dejamos que se perdiese y por eso aún, contra toda lógica, incluida la del paso del tiempo y la vida, acaso lo seguimos queriendo.

quarta-feira, 10 de abril de 2013

fetiches

La verdá ye que soi poco fetichista de oxetos materiales. Préstame más tener el sobráu de l'alcordanza enllenu de coses que ya nun esisten. Siéntome más cómodu, asina, colos bolsos lixeros y sabedor de que si tuviere de salir corriendo de casa: por un incendiu, un improbable terremotu o un menos problable esiliu, nun había tener mayor problema en recoyer tolo que pagaba la pena salvar en dos maletes. Una d'elles, con llibros, claro, sé que nun cuartu d'hora había tener vagar de sobra pa meter nella los pocos que seríen irremplazables, los demás sé qu'igual que se fueron apilando al mio llau a lo llargo de toos estos años, podíen volver a tar cerca más lluego o más tarde en cualaquier edición de vieyo o de bolsillu. En cuantes los fetiches, propiamente dichos, los únicos que tengo cueyen toos nun zaleguín de terciopelo, nun ocupen más espaciu que trenta denarios de plata.

Ente estes poques ayalgues que signifiquen dalgo amás de la so condición de coses palpables hai una qu'alcontré nun va muncho per un caxón y que cuantayá cuntaba perdía. Ye una llamparina de mina tallada nel casquiellu d'una bala del 7 Llargu. Tallóla un veteranu militante comunista, antigu enllaz del grupu de Bóger y Uliberrarrea, reproduciendo en detalle el modelu que'l primeru d'ellos, Constante Zapico, de La Nueva, s'entretenía amañando en monte con casquiellos que conservaba de dalgún tirotéu o de dalgún proyectil defectuosu. Después de la muerte de Bóger na emboscada de Santu Millano, con otros quince militantes de la guerrilla comunista, dalgunos camaradas supervivientes como Ladino Suárez, siguieron a tallales, utilizándoles, nunca meyor dicho: como arma de propaganda. Por exemplu dexándoles en dalgún puntu del monte o en dalgún chigre onde sabíen qu'aconceyaba la Contrapartida. Tamién apaecíen alcuando en buzón de casa o na panera de los chivatos y collaboradores activos de les brigadilles. Tiempu después, nes fuelgues mineres d'a primeros de los sesenta, esti antigu enllaz de la guerrilla que me regaló a mi una, descubrió una campera ente La Vega y Tiuya onde la Guardia Civil diba a facer práctiques de tiros y ellí, una auténtica mina de casquiellos, que bien aína él y otros camarades empezaron a tallar y a dir dexando perende aculló, a veces ente los maízos que les muyeres de los fuelguistes echaben pelos caminos qu'enveredaben a la entrada los pozos pa recorda-yos a los esquiroles el so valor de gallines.

Una d'estes llamparines de mina tallaes en bales atopéla con bien de plasmu en casa del fotógrafu Juan Manuel Navia en Villatobas de Toledo. Yera d'otru calibre, paezme que del 9 Llargu y cuntóme-y que-y regalaran una a él y otra al escritor Manuel Rivas cuando andaron a mediaos de los noventa peles cuenques trabayando nun reportaxe pal Semanal de El País alrodiu del mundu de la mina. Otres téngoles visto de vez en cuando nel Rastro del Piles en Xixón y colgaes en sidreríes de media Asturies.

El paisanu que me dio la llamparina aseguraba qu'una d'estes bales llegára-y a Picasso nel 62 y que s'inspirara nella pa dibuxar el so famosu cartelu de solidaridá colos mineros asturianos. Según él nos primeros bocetos la llámpara apaecía cola forma d'una bala, pero por conseyu de la dirección del PCE nel esterior, seguramente del propiu Santiago Carrillo, acabó difundiéndose la versión posterior, pol aquel de que casaba meyor cola so estratexa de la llamada Reconciliación Nacional.

La que yo guardo tien amás el detalle añedíu d'una pequeña foz col martiellu grabada nel pistón de la bala. A simple vista nun se ve y hai que mirala con una lupa o una lente d'aumentu: entós remanez precisa y miniada con pulsu más d'orfebre chinu que del picador de primera que lo inscribió. Al paecer grabáronse destamiente unes cuantes, dalgo asina como una serie limitada d'eses que s'entamen de los más diversos chismes pa los coleccionistes, y qu'una d'elles guardábala como oro en paño el famosu Comisariu Claudio Ramos, responsable de la Brigada Político Social d'Asturies. Una vez llamáron-y l'atención los superiores de Madrid pol espoxigue del comunismu clandestín na zona destinada al so trabayu y él, con muncha seguridá, enseñó aquella llamparina: “¿Ve usted algo en el pistón?”, preguntó al so superior y entós, allargando-y una lupa, amosó-y la inscripción casi críptica. “Permítame decirle que en esta Provincia de los comunistas no se ve mucho más que esta muesca. Se lo puedo asegurar.”.

Con tanta hestoria a cuestes y sobremanera col recuerdu tan prestosu que caltengo d'aquel paisanín, ensuchu y col tiez esmorecío y el sorrollu angustiosu de los enfermos crónicos de silicosis (al que de rapacinos cuando lu víemos pela cai, llamábemos Drácula, pol so aspectu enfermizu y el ciertu aire que se pintaba a Bela Lugosi), pol apreciu que tenía a mio padre y que yera recíprocu, la memoria de la so voz, suave y fonda, la serenidá cola que paecía observar la realidá del mundu, sé qu'esta llámpara de mina tallada nuna bala del 7 Llargu ye una de les cuntaes coses materiales que me presta llevar conmigo en bolsu en cualaquier mudanza. El so significáu real, hestóricu, si se quier falar en términos tan desproporcionaos pa una cosina tan menuda, da igual que güei ya nun conserve el poder de la maxa invocadora que tuvo en tiempos o que la seña grabada en miniatura en pistón d'esa bala fuera non namás la d'aquellos lluchadores cabales de la resistencia antifranquista sinón tamién la de tolos que convirtieron los ideales más nobles de la humanidá nuna monstruosa maquinaria d'esterminiu, opresión y mentira. Como les monedes que ya nun tienen cursu corriente pero inda guarden nel so tiez fríu de metal el calor de toles manes peles que pasó, esta bala, inservible ya como proyectil d'un arma, apértola alcuando na mano, en puñu y pazme sentir un daqué del llume que l'alendó. Y más -como a l'alegría- nun se puede pidir a una cosa tan pequeña.

segunda-feira, 8 de abril de 2013

vacas

A veces, cuando no está el tiempo del todo malo, subo con los perros hasta la Casa de Rosario Acuña- en lo alto del Rinconín- por el camino de carro que lleva hasta la playa de Peñarrubia. Me gusta esa vista de la ciudad de Xixón al fondo con una manada de vacas “roxas” paciendo en primer plano. Hoy se me quedó mirando una novilla con unos ojos grandes y claro, que parecían casi humanos (acaso los de una giganta pacífica y obesa).

Me acordé, claro, de Io, aquella ninfa hija del río Inaco, de la que nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis que habiéndose encaprichado de ella Júpiter, para cortarle el camino y cercarla, hizo caer sobre la tierra una densa capa de niebla. Cuando estaba a punto de tocarla, como en las comedias de enredo, apareció su legítima Juno, que sabiendo de la afición de su marido por el sexo rápidos con otras, raramente le quitaba el ojo de encima y lo tenía amarrado en corto. Al Señor de los Truenos y las Nubes, para disimular, no se le ocurrió otra cosa que convertir a la pobre Io en vaca, una hermosa novilla blanca, según la descripción de Ovidio.

Juno, que conocía a su hombre más de lo que él, seguramente, se imaginaba, celebró la buena estampa de la novilla, con todo el cinismo del que fue capaz, y se la pidió a Júpiter, como sólo algunas mujeres saben pedir las cosas. La historia, bastante difundida, acaba en unos puntos suspensivos para la ninfa convertida en vaca, tras habérsela confiado su nueva dueña al leal Argos, el de los cien ojos. Y que peor fue el final del guardián de Juno, decapitado y con sus cien ojos cegados y luego esparcidos por la cola del pavo real.

No lo refiere el autor de Las Metamorfosis, pero si los cien ojos alerta de Argos acabaron ilustrando las colas de los pavos reales, parece verosímil que los de la ninfa Io, dulces y serenos de tanto reflejarse en el caudal de las fuentes y su padre Inaco, el río, pudieran haber sido tramitidos en el ADN de generaciones y generaciones de vacas hasta estas “roxas”, asturianas de los valles, que hoy pacían, tranquilamente en las praderas del Rinconín de Xixón, unas ignorando su fatídico sino como madres de futuras terneras destinadas al consumo humano y las más jóvenes, sin saber, como la Cordera de Clarín, que más allá de estos pastos verdes y nutritivos de la mariña xixonesa, les espera el gancho en un matadero comarcal.

Al volver del paseo, aprovechando una tregua de este Abril, cruel como no se recordaba, me fui con los perros a una terraza a leer los periódicos. En las últimas planas del que tiene más tirada en Asturias, me saltó a la vista una esquela con un nombre que no me resultaba del todo desconocido. Aún tenía reciente la memoria del divertido centón mitológico de Ovidio y fue inevitable pensar en las muchas metamorfosis de aquel tipo, cuyo fallecimiento se anunciaba en una considerable esquela de La Nueva España, y en lo mucho que había llovido desde que lo conociera en las ingenuas estepas de aquella juventud airada de principios de los ochenta.

Como falleció en Xixón y las líneas de la esquela consignan a unos cuantos familiares y deudos del difunto, no creo que pierda nada el recuerdo fugaz si le cambio levemente el nombre y digo que se llamaba, no sé, por ejemplo Lautaro Garrido Yrigoyen. Era argentino. Se presentó un día en el puesto de difusión y venta de propaganda que ponía en los mercados de los lunes en Sama y los sábados en La Felguera la organización política -sumamente marginal- en la que entonces militaba. Firmó no sé qué manifiesto que allí teníamos expuesto a la solidaridad ajena, como el resto del material gratuíto o venal de la causa y nos compró un par de pegatinas, de las que no nos atrevíamos a poner precio, por su deficiente calidad de impresión y que dejábamos a la voluntad del donante. Ojeó brevemente uno de nuestros panfletos y acto seguido nos transmitió toda su solidaridad para el combate que libraba nuestra modesta organización contra enemigos tan poderosos como el capitalismo, el imperialismo, el centralismo y la indiferencia de los mandamases autonómicos hacia nuestra lengua y cultura asturianas.

Ese mismo mediodía, en torno a un cuartillo de mistela, Lautaro nos confesó que él también era un combatiente contra los males del mundo capitalista, imperialista y centralista. En su país había luchado en las filas armadas, no sé si de los Montoneros o de los Tupamaros y por ello había padecido torturas, prisión, luego el exilio. Lo acogimos en nuestra célula revolucionaria como a un pariente de la propia estirpe que volviera después de años de ausencia. Nos contó que llevaba meses sin contacto con sus compañeros del exilio y que se encontraba en una precaria situación económica y vital. Ni siquiera tenía un techo donde dormir cada noche. X. Y T., la única pareja emancipada de la agrupación local del frente revolucionario en el que militábamos le ofreció su propio hogar como cobijo. En él se tiró el argentino casi dos años, parasitando de la solidaridad de la pareja y de los demás miembros de la organización le proporcionábamos. En cierta ocasión nos propuso organizar un festival para recaudar fondos destinados a sus compañeros exiliados en España (con los que finalmente había logrado contactar, según nos dijo) y lo organizamos con músicos y artistas de la zona que se prestaron a colaborar de forma desinteresada: de la entradas al festival y de la recaudación del bar en el que trabajamos todos menos él, que se reservó, el papel de presentador del evento y auxiliar de escenario, se sacaron unos miles de las antiguas pesetas que él prometió trasladar a la red de apoyo a sus compañeros en el exilio. Ese era el propósito del viaje que emprendió al día siguiente, supuestamente, hacia Madrid. Recuerdo que lo acompañamos hasta Oviedo para despedirlo en la estación de los ALSAS y los abrazos efusivos en los que se fundió con cada uno de nosotros. Fue la última vez que le volvimos a ver el pelo, que lo traía largo y desgreñado, aparentando una impronta aindiada, que casaba difícilmente con sus ojos azules y su bigotillo rubio, no sé si de sus ancestros vascos o asturianos.

Fue la última vez que lo vimos los incautos militantes de aquella organización minoritaria de la que sólo nos acordamos los trenta y tantos que pertenecimos a ella. Yo sí volví a verle el pelo, al menos, en dos ocasiones más. La primera, apenas unos diez años después de su viaje sin retorno a Madrid. Fue en el País Vasco, en Bermeo, en un concierto del inolvidable Míkel Laboa al que asistía yo con un amigo de La Cuenca, aprovechando por aquellas tierras unas breves vacaciones, entre lúdicas y revolucionarias. Lo reconocí de inmediato al ver a aquel tipo melenudo y con txapela que pasaba, como otra media docena de voluntarios, entre el público una bolsa de basura en la que la mayoría de la gente echaba monedas o billetes para los presos etarras. Pasó a mi lado y le miré a los ojos, pero no quiso o no fue capaz de devolverme la mirada. Yo tampoco le dirigí la palabra. Me limité a sonreir internamente recordando aquella tarde en los Alsas de Oviedo en la que nos abrazó tan efusivo y sonriente, alzando el puño en el pescante del autobús, seguro que pensando: “¡Aquí me lo llevo todo, inocentes!”. La posibilidad de que una parte del dinero recogido en la bolsa de basura que ofrecía a la voluntad de la gente terminara en sus bolsillos o en la barra de un bar, diluido en txiquitos o zuritos, o en una casa de putas, también consiguió transformar mi lejano rencor en un guiño interno de simpatía.

Tantos años después me encontré a Lautaro no hace un mes en un cruce del centro de Xixón. En mi trallado utilitario Hyundai intentaba respetar un paso de peatones con una decrépita anciana en muletas cruzándolo cuando vi en el espejo retrovisor el reflejo de unas luces largas y mis oídos, estuvieron a punto de quedarse sordos con el pitido que me dedicaba el coche de atrás, un potente BMW de los de la gama más alta de la marca alemana. Como es natural, ignoré al fantasmón que lo conducía e incluso me permití demorarme unos pocos segundos, atusándome la perilla, mientras la anciana ya hacía rato que transitaba por la cera del otro lado de la calzada. Entonces el BMW aceleró bruscamente y con la misma agresividá se colocó a mi lado. El conductor bajó la ventanilla del copiloto y con inequívoco acento argentino me llamó con toda la potencia de su voz un poco aflautada “cachivache de mierda”.

- ¡Tengo prisa! ¿Sabés lo que es eso? -siguió gritando aquella voz meliflua e irritante- ¡Cada segundo que pierdo, pierdo plata! ¡Pero vós que sabés de eso!

Lo miré atravesado, como se mira a alguien que estás a punto de cortar en dos con una rotunda espada del calibre de Excalibur. En ese momento reconocí aquel bigotillo rubio, las greñas que habían quedado reducidas a un sutil pelambre engominado hasta las sienes de una estudiada calvicie, el rictus autosuficiente que solía componer cuando refería sus graves padecimientos en manos de los militares del general Videla. Repasé con el rabillo del ojo -cada vez más encendido- el lustroso chapado de su BMW. “¡Has llegado lejos, Lautaro -exclamó una voz interior-, ya eres el que siempre quisiste ser! ¡Te felicito!”. Mi brazo, diconforme con la voz interna, se limitó a despedirlo con una peineta.

Ahora no me arrepiento de aquella brusca despedida pero me siento un poco a disgusto. Miro y remiro la esquela, me vienen otra vez las Metamorfosis de Ovidio, la estampa de esa novilla, pacífica y dulce del Rinconín, que había heredado en sus genes la mirada preciosa de la ninfa Io. Y lo que aquella lucida ternera me sugería: hoy estamos aquí y mañana en el matadero. Creo que me gustaría disculparme, ahora que ya no puedo, con Lautaro. Ahora sé por qué tenía tanta prisa la última vez que nos encontramos.

sexta-feira, 5 de abril de 2013

otros mundos

Confirmando'l versu de Mr. Eliot, Abril, paez que sigue siendo'l més más cruel. Ye tiempu de guardase de les sos ventoleres y xarazaes a techu de casa, como los antiguos: arrodiaos de llibros prestosos y d'otres bones compañíes. Diba abondo que nun afueyaba les páxines de les “Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias” del Padre Luis Alfonso Carvallo. Terminada de rematar nel 1613, la censura de impuesta pola Compañía de Xesús, impidió que l'eruditu tinetense viere estampada la so obra en vida y hubo ser un paisanu suyu, del Val d'Ese, l'impresor Xulián de Paredes el que la diere a la lluz en 1695.

El llibru del cura d'Entrambasaguas (autor tamién de la preceptiva poética Cisne de Apolo) ye siempre un regueru de maravielles y sorpreses al que lu afueya por gustu y vagar. La devoción pola so patria natal afala a Carvallo a enveredar alcuando per caminos non siempre convincentes, inda bien gustosos de transitar, pol so afán de que, sinón toos, una gran parte de los caminos del mundu, lo mesmo que van dar a Roma, pasen por Asturies o embaxo les sueles de los Asturianos. Non namás atribúi la fundación de la primitiva xente astur por un guerreru de nome Astir, combatiente na Guerra de Troya, sinón que fai a los naturales de la nuestra tierra navegantes de la castra d'Ulises , Sinbad o Fernando de Magalhaes, fundando pueblos y ciudaes allende y aquende la mar. Asina por exemplu, cuenta, qu'alrodiu l'añu 255: “antes de la venida de Nuestro Señor, los antiguos moradores de Asturias, siendo hombres peritos para la Mar, como siempre los huvo en estas Costas, passaban muy de ordinario a la Isla de Bretania (...)navegando las anchuras del Mar Occeano hasta las partes Occidentales de Inglaterra, que poblaron y habitaron, haziendo sus casas de madera y estacones hincados en la tierra, entretexidos con varas”. Lo más sorprendende, sicasí, apaez unes llinies más embaxo cuando el Padre Carvallo afirma, cola mesma certeza y amparando les sos observaciones nada menos qu'embaxo l'autoridá de Ptolomeo : “hallanse en Inglaterra algunos Lugares con los mismos nombres de otros que ay en Asturias, como Luco, Pravia y Tineo, que Ptlolomeo pone en aquella Provincia y en la nuestra los ay del mismo nombre”.

Les navegaciones de los antigüos asturianos, según l'autor d'estes coses memorables, nun conocíen llende nin mieu a los abismos de los mares tenebrosos y algamaron a les costes d'América, bien de sieglos enantes de Colón y seguramente de los vikingos. P'amosalo recurre al mesmu argumentu toponímicu, inda esta vez con más miga: “a la Isla que aora se llama de San Juan, se llamava Boriquen, y Borracán es vn Lugar del Concejo de Cangas. Llamavan a vna Puente os Indios Maici, y Maicin se llama vn Lugar de Salas(...) De Rengo haze notable mencion Don Alonso de Ercilla, y Rengos se llama un Valle en tierra de Cangas”. Nun s'estiende muncho nestes llinies, probablemente pa dexar nel aire que ye tan cierto lo dicho que basten los exemplos malpenes ensin salir de los conceyos de Cangas y Salas.

Ensin desmerecer esta segunda observación del Padre Carvallo a ún paez-y más suxerente l'anterior de qu'en dayures la mariña occidental de la Isla de Bretaña pueda haber otru Luco (suponse l'antigu Lucus Asturum, actual Llugo de Llanera), otra Pravia y otru Tineo.

Alcordéme d'una hestoria que-y sentí cuntar cuantayá a Juan Peltó -l'amigu playu de Josep Plá y campeón d'Asturies de llucha llibre-, d'un pescador de Cimavilla que se llamaba Ulisipio y amás de la rareza del nome col que lu bautizaran sufría una infrecuente variedá de narcolepsia que lu facía quedar durmíu en cualquier momentu y davezu con un sueñu tan fondu que podía durar varios díes.

Cuntaba Peltó que por mor de la so enfermedá Ulisipio nun solía salir a la mar nunca solu, inda nos sos últimos años, ya medio retiráu, n'ocasiones tenía d'arriesgase a entamar pequeñes singladures en solitariu pa llevar a casa un paxu de parroches o potarru que redondiare la so escasa paga de xubilación. Una d'aquelles veces, saliendo a la parrocha, Ulisipio adormecióse a unes cuantes milles de la costa. Ensin gobiernu, la so lancha, acabó arrastrada pela menguante mar alló. Él nunca supo calcular cuánto taría somorguiáu nel sueñu, barruntaba qu'hubieron ser dos o tres díes, polo menos, mientres la mar llevaba la lancha, col mesmu rixu, podenos figuranos, qu'aquella “barquilla”, de la congoxa de Lope, sin veles desvelada y ente les foles sola.

De la que despertó el veteranu pesquín vio la so lancha enfilando pela bocana d'un puertu que bien lluego, al pesar, del alloriu nel qu'inda s'alcontraba, identificó como'l de Cuideiru. El contracai y la rampla al fondo onde encarenaben y reposaben les merluceres y boniteres pixuetes, la refatifla de casines engolaes na rimera del monte enriba'l puertu, yera un paisaxe que conocía de sobra, de cuando diba unos años tuviera a salir a les costeres de la xarda con un pariente que yera patrón de barcu en Cuideiru. Allancó los remos a babor y estribor y foi enfilando pa en dientro de la bocana. N'arribando amarró la lancha al cabu d'otres y esguiló per una escalerina de fierro a posar pie en tierra. Acolumbró a un llau y a otru y nun vio un alma. Entós sintió les campanes de la ilesia de la villa tocando a difuntos y a la fin vio a lo llonxe, xubiendo los peldaños de piedra llastra, una filera d'homes y muyeres enlutaos, acompañando un entierru. Persinóse en seña de respetu al fináu y tamién por un aquel de la mala sombra que teníen los sepelios nes sos creyencies de marineru vieyu. Pasu ente pasú foi allegándose al sitiu per onde enfilaba'l cortexu fúnebre hasta la ilesia.

Peltó aseguraba que'l vieyu Ulisipio, tan esperimentáu en tantes amarraces cola galerna en mar alta y colos temporales de la vida, moyó los calzones de mieu al sentir la fala d'aquella xente. De mano paeció-y normal sentir al cura, qu'encabezaba l'entierru, rezando en latines. Lo que lu respigó dafechu foi escuchar a dos rapacinos que cerraben el cortexu, coles gorrines marineres nes manes y la cabeza gacha, falar ente ellos, na mesma llingua del rezu. Tamién una paisana que se viró al notalu cerca, fexo la seña de la cruz, con cara de plasmu, como si viere una apaición y darréu escomenzó a esprecetase énte él nun espresivu latín, “tan solemne y campanudo como'l que falaba un tíu d'Ulisipio, dominicu y caderalgu de Cánones na Universidá de Salamanca”, dicíame Peltó. Aquella xente del Cuideiru qu'atopó Ulisipio en saliendo del so sueñu de díes falaba en latín y vistía toa de luto.

El pesquín playu dexó a la vieya con un vocativu espeluznante nos llabios y corrió puertu abaxo hasta onde dexera amarrada la lancha. Remó con toles sos fuerces pa salir de la bocana y cuando ya s'afayó en mar abierta arrincó el motor de la lancha y ensin más guía que la so remembranza del aldu ente Cuideiru y Xixón enfiló pel camín de vuelta, ensin querer volver mirar tres d'él. En llegando a Xixón atopóse con Peltó que salía a aquelles hores con un sobrín d'Ouviñana a parrochar y cuntó-y cé por bé tolo que-y pasara desque quedó durmíu na so lancha. Unos díes después, Ulisipio, tando a mirar, por entretenese, l'espectáculu de les transaciones de la Rula, cayó en suelu fulmináu por un infartu. La muerte repentina del veteranu marineru garró a tolos sos antiguos compañeros y vecinos por sorpresa, a nun ser a Peltó, que me confesaba, acabante sentir el relatu del so vieyu amigu, nun duldaba que la visión que tuviera d'aquel Cuideiru coles campanes tocando a muertu y la xente enlutao que falaba latín, fuera un avisu de que tenía bien cerca la so hora.

A Peltó, un paisanu entrañable y prestosu ú los hubiere, que guardaba en dalgún requexu del bravu lluchador semiprofesional que fuera, del buzu del Musel y de Palafrugell qu'amistara con Josep Plá, un corazón tan noble como les sos utopíes esperantistes y republicanes, non siempre había que creyéi les hestories que cuntaba, sobremanera si yeren del xéneru d'aventures marineres. Sicasí, cuando-y atendí, gustosu y desazonáu, esta del vieyu llobu de mar que carecía narcolepsia, tuvi la impresión de que la manera emocionada na que lo cuntaba, la franqueza de la so mirada mientres esgranaba esta recordanza del so amigu Ulisipio, la humedanza qu'afogó los sos güeyos claros en rematando la hestoria, too ello abellugaba una verdá que si nun yera de les que sotripen l'alma, andaba bien cerca de selo.

Agora que sabemos un daqué de los primeros resultaos prácticos d'esa posible quimera de los magos de la nuestra dómina, los científicos, que ye l'Acelerador de Partícules, les teoríes de la física cuántica y asuntos igual de serios del mesmu percal, una ximuestra malpenes que nos barrunta la posibilidá de que nun seya tan disparatao especular con otres dimensiones de lo que llamamos real, a falta d'otros mundos posibles y -vamos esperar- meyores, conforta más qu'inquieta fantasear con que alluende, al otru llau del mar o igual más cerca de ónde pensamos, hai otru Xixón, otru Cuideiru, como'l del despertar del sueñu d'Ulisipio, otru Llugo de Llanera, Pravia, Tineo, na Isla de Bretaña o un Borracán-Boriquen nes costes d'América, como los que señalaba el Padre Carvallo. ¿Quién puede asentar rotundu que nun hai otros espeyos de la realidá que los que conocemos y qu'alcuando se ruempen, como los sueños, y qu' un tremor antigu fainos remembrar qu'eso ye siempre seña de mala suerte, un fechu casual fatídicu?

quinta-feira, 4 de abril de 2013

Carolina

Un son d'acordión na cai traime de sópitu el nome de Carolina, la galana. ¡En cuántes romeríes de Galicia, Asturies y l'antigu Reinu de Lleón nun bailaría la so saya! En Valga, el pueblu de la familia materna de Mercedes, dicen qu'aquella danzarina del cantar nun podía ser otra que Carolina Otero, La Bella, natural d'esi conceyu de la provincia de Pontevedra y una de les odalisques más célebres de la Belle Époque.

Yo enxamás lo punxe en dulda. Ellí nel so pueblu natal sentí contar a un antigu emigrante en Francia que de la que Carolina aportó a París, en pasando xunta la fonte que da nome al Bulevar de Saint Michell, la de Valga echó les manes a la cabeza esclamando: “¡Carallo, si ese é o santo da minha parroquia!”. Que nun yera un cuentu del emigráu pudo atestigualo ún en visitando al San Miguel que preside l'Altar Mayor de la ilesia de Valga y comparándolu col santu que llucha con un cuélebre nel bulevar del barriu latín parisién: l'asemeyanza d'entrambes figures ye francamente asombrosa, como si les compunxera'l mesmu escultor.

La llienda local cuenta a propósitu del cantar de la saya que Carolina yera dende bien neña bien amiga de los bailes y que rara yera la folixa de la vega del Ulla que la valguesa nun avezara. Dizque danzaba con munchu estilu el pasudoble y la contradanza, la polka, les xirandines y sobremanera la muñeira, que-y prestaba sobre too la de Ponte Sampaio, esi son col que los vecinos d'esi llugar celebraron en 1808 la so victoria sobre les tropes napoleóniques del xeneral Ney. Nuna d'aquelles romeríes a les que Carolina yera tan aficionada, bailando con unos y con otros, acabó amoriada ente les manones d'un vieyu abeyón de Curtis, que la moñó con un dedal d'aguardiante y después abusó d'ella tres un matu, dexándola n'estáu. Esa nueche Carolina volvió a la so casa de Valga cola saya chiscada de sangre y los güeyos inchaos de tanto llorar. Poco después, refugada polos suyos, la probe neña, que nun cumpliera inda los quince años, abandonó'l so pueblu pa siempre. Tuvo a servir un tiempu en cases de A Coruña y de Pontevedra. Un día fartuca d'esa vida, xuntóse con un viaxante de paños catalán y coyó con él el tren en Redondela pa dir a parar a Zaragoza. El catalán nun la debió tratar tolo bien que-y prometiera cuando la engatusó y la valguesa, que ya entós sabía enforma lo que valía la so saya y la clase de la que la llevaba, dexó al pañista con aire frescu, empobinando pa Barcelona. Ellí un famosu banqueru empeñóse en promocionala como bailarina en Francia. Mandólu a tostar guiaes en Marsella, a poco d'empezar a facese un nome como artista. Unos pocos años después ya ye en París una de les estrelles más célebres de los cafés-teatru y salones de baile de la ciudá que nunca duerme.

Enxamás mandó una carta a la familia que la espulsara del so llar nin recáu nengún a la so Valga natal. Sicasí, nel tiempu del so más altu esllendor, de la qu'alternaba colos principales caballeros de media Europa: banqueros, ministros, príncipes, alcuando sentía señaldá, morriña, de les coses que pagaben la pena de la so tierra y namás por caprichu refugaba unes ostres de L'Havre pa pidi-y al embaxador del Zar de toles Rusies que-y truxeren en xelu de les ñeves del Padornelo ostres de Ribadeo o una llamprea del Ulla, confitada con freses y nueces, según la receta centenaria de los monxos del conventu de Santa María de Vilanova d'Arousa. Una vez, al paecer, rompió toa relación con un financieru londinense, namás porque ésti-y punxera reparos de la qu'a ella se-y antoyó pidi-y unos retales de queixo d'Arzúa con duce de mazana p'almorzar. Y que por mor d'ello, l'amante desapacháu, pegóse un tiru una nueche de San Valentín, después de dexar una nota d'amarga despidida a la Otero, rematada con unos versos de Gerard de Nerval.

Nel so currículu d'amantes figuraron Guillermo II d'Alemania, Leopoldo II de Bélxica, Alfonso XIII d'España, el Zar Nicolás de Rusia y el mesmésimu Rasputín. Xugadora emperdernida de la ruleta y el bacarrá, foi marafundiando la curiosa fortuna qu'algamara nos sos años doraos de bailarina y amante mercenaria d'altu standing, principalmente nos casinos de Niza y Montecarlo. Retirada de los escenarios artísticos en 1910 y de los amatorios, pasín ente pasu, escondióse del mundu nuna fonda de mala muerte de Niza, onde vivió, prácticamente arruinada y sola hasta'l so fallecimientu en 1965. La llienda diz que sobrevivió tou esi tiempu gracies a una paga a perpetuidá que-y apurría el Casín de Montecarlo n'agradecencia a tolos cuartos que fundiera nél.

En Valga apocayá les autoridaes culturales de la Xunta de Galicia fundieron nun se cuántos miles d'euros n'alzar un muséu dedicáu a la memoria de Carolina Otero, La Bella. A la so inauguración acudió'l presidente autonómicu del Partido Popular y l'actual presidente de Gobiernu d'España, el gallegu Mariano Rajoy, ente otres personalidaes civiles, militares y eclesiástiques del antigu Reinu de Galicia. Dos años después d'aquel actu públicu el muséu ye un edificiu valeru y ensin otru usu que'l de valir como oficina local de Servicios Sociales y en veranu como sé d'información turística. De la singular odalisca valguesa nun hai nes sales vacies del so muséu más recordanza que'l so nome llantáu a la entrada en lletres doraes.

La última vez que lo visitamos por ver si en dalgo había adelantrao aquel proyectu de muséu, la informadora turística, mui amable, en percibiendo el nuestru interés pola alcordanza de la Otero, empobinómos a una vecina del pueblu, que vivía xusto enfrente del fachendosu edificiu valeru. Ellí guardábase l'únicu oxetu real que se conservara de la ilustre fía de Valga y qu'una vez se definieren los conteníos del muséu, había ocupar, ensin dulda, un sitiu destacáu pa que los visitantes lo pudieren admirar. Tratábase d'una lliga de medies que perteneciera a Carolina y que-y arramplara nun descuidu un mozu del so pueblu nuna romería; a lo llargo d'años, aquel mozu conserváralo como un auténticu troféu y la so familia, los heriedes, siguieran a guardalo hasta los presentes como la reliquia que yera.

El mio enclín fetichista remaneció énte aquella revelación de la informadora turística con un entusiasmu que Mercedes nun yera a entender del too. Cásique la llevé a rastru de la mano a picar na puerta d'aquella vecina que conservaba una lliga de l'adolescente Carolina Otero. Picamos a la casa. Salió una vieya, desdientada y cola cabeza bastante perdida, a la que, después de muncho aporfiar, llogramos convencer pa que nos enseñare la reliquia. Vivía arrodiada de gatos. Mientres la siguíamos pel interior de la morada pudimos cuntar trenta y cinco. La casa, por llamar de dalguna manera a aquella lluriga solombriega, fedía a escrementos y a mexu de gatu, a cochiquera, a infiernu. Mientres acompañábemos a la paisana tuvimos entamar una mascarina d'emerxencia coles manes pa ser quien a alendar ente aquel sumideru irrespirable. Llevónos al cuartu onde durmía, una sentina enllena de santos, vírxenes y muñeques cadavériques. Ende abríó un caxón, sacó un estoyu, enseñónos un felpeyu mugorientu qu'una vez hubo ser de color verde o azul. Yera la lliga de Carolina. El tesoru que pretendíen esponer al públicu nel disparatáu muséu. Mereces y yo mirámonos coles manes cubriéndonos les ñarres y la boca. Ficímos-y a la nuestra anfitriona una seña pa que volviere guardar el felpeyu nel sitiu onde bien taba guardáu y escondíu. Salimos d'ellí como pudimos y cola delicadeza más curiosa que fuimos quien, despidímonos de la guardiana de la reliquia, qu'ensin salir del so alloriu, nun dexaba de preguntanos cuánto díbamos cobra-y esti añu “no Concello” pol nichu que tenía esperando por ella nel cementeriu de San Miguel de Valga y mientres nos allonxábamos de la casa, tovía tuvo aliendu, la probe vieya, pa encamentanos que-y diéremos saludos, de so parte, a don Manuel Fraga.

Tábamos de vacaciones y a cinco kilómetros, en Padrón, onde teníamos el nuestru cuartu d'hotel, taben de fiesta: yera La Pascua y La Pascuilla, una folixa que lleva a la villa padronesa a cientos de visitantes de toa Galicia. Tiramos pa Padrón con gana d'enfilanos pa escaecer aquella visión de lo único que quedaba na so tierra de La Bella Otero. Unes hores después, a medianueche, una de les orquestes de más solera de tol país gallegu, poníanos a toos a bailar a ritmu de cumbies, rancheres y pa robrar el xaréu, la inevitable versión de Carolina:

Bailaches Carolina...
Bailéi, sí, señor...
Dime con quén bailaches...
Bailéi con meu amor...

Tamién nós bailamos. Había que bailar al son d'aquella orquesta pachanguera. Bailar como si al nuestru llau tuviera Carolina ximielgando la saya con tol remangu que dicen que gastaba. Había que bailar y escaecer lo que quedaba de La Bella Otero nel so llugar natal. La recordanza d'aquel felpeyu que fuera un día una lliga verde o azul nes veríes d'una adolescente festexera convidaba a bailar, a beber, a dexase alloriar pol turdeburdiu de la fiesta porque sinón la pena comíanos l'alma, empozábanos nun fondón del que nenguna música, por alegre que fuera, diba poder sacanos. Bailamos como llocos hasta que terminó la romería y escampló les primeres lluces esa mala raposa d'a diario: la realidá.

quarta-feira, 3 de abril de 2013

pasar l'agua

Falo con un amigu de Blimea d'hestories vieyes de la Cuenca. Mientres paseamos pel Muro de San Llorenzo van saliendo coses que raspien lo fantástico. Acabamos por falar de les bruxes o curanderes que conocimos. A él tocó-y conocer a Rosina La Molatera, d'El Bravial, una célebre curiosa que quitaba los males con ferviatos de flores o herbes qu'ella mesma recoyía pel monte. Yo falo-y d'una pariente de mio madre qu'exerció bien d'años como pasadora del agua en Cuetos de Yuso, al llau de Les Pieces, na mio parroquia de Sama. Llamábase Odilia y na vida civil yera enfermera.

Na so casa de Cuetos de Yuso (hai embaxo un Cuetos de Suso), desque envildara bien moza a mediaos de los años cuarenta, recibió a cientos de muyeres y homes que diben a ella pa que-yos pasara l'agua por cuenta de dalgún agüeyamientu o aduces por conocer el so destín más inmediatu. La so fama de certera y sabia espardíase per tol vai del Nalón y per mui otres fasteres de toa Asturies. Qu'a ella diba xente de toa triba y condición, confirmómelo una familiar cercana, escéptica por demás pa coles coses del tresmundu y con estudios universitarios, apocayá, en confesándome que tovía diba poco, unos años enantes de qu'Odilia enfermara y la ingresaran nuna residencia xeriátrica, ella mesma fuera a que-y echare l'alicorniu nel agua por cuenta unos problemes económicos que l'aforfugaben y según el so testimoniu, la ensalmadora de Cuetos acertára-y cé per bé tolo que-y sucedió d'entós pa en delantre.


Alcuérdome de dir visitala con mio madre de la que yera neñu. Vivía nuna casina mui afayadiza y toa de piedra, con antoxana de llábanes y corredor de madera, que fuera de la familia del so difuntu home. A la entrada tenía un poco de xardín con rosales y lirios y un matu de mapoles. Guardando la morada, sé qu'había un perrucu ratoneru mui mimosu y enredón al que-y llamaba Constante, en remembranza d'un cobrador del Ayuntamientu que la truxera pela cai de l'amargura enforma d'años, faciendo gala al so nome, por cuenta de nun sé qué recibos de la Contribución que dexara a deber la familia del so difuntu. Quixo pasanos l'agua a mio madre y a mi, pero mio madre, que siempre foi mui roceana pa con estos negocios cerróse en banda y por muncho qu'Odilia aporfió, llogró quita-ylo de la testera.

De les coses que me quedaron d'aquella visita a la nuestra pariente sé que nos cuntó que'l nome verdaderu col que la queríen bautizar los sos padres yera Ofelia y que de la que fueron al Xulgáu a inscribila, el secretariu, un zamoranu de Sayago, sordu como una tapia, en vez del nome escoyíu entendió Otilia y como a él mesmu-y paeciera poco amañosu pa una neña recién nacía, de la so propia mano, adulcificolu, inscribiéndola como Odilia. Falando del so oficiu de vocación, el de pasadora d'agua, pa que viéremos cómo yeren aquelles coses enseñónos una revista: na portada apaecía la foto de dos puntos d'aspectu patibuliariu a los que s'apuntaba como los autores del intentu d'asesinatu d'un políticu d'aquellos años. Díxonos qu'ún d'aquellos dos, el más mozu, yera de La Pola Llaviana y que tuviera a pasar l'agua con ella en cierta ocasión. Nos gorgolitos del alicorniu ella namás qu'acolumbrara enguedeyos y males andances. Asina-y lo ficiera saber, aconseyándolu de salir cuanto primero de los chollos turbios nos qu'andaba envueltu y que si nun lo facía, bien lluego diba atopase en fechos de sangre de los qu'había arrepentise bastante.

N'atendiendo pa esta última membranza d'Odilia, el mio amigu de Blimea, interrumpióme con dalgo que paecía revolvése-y en papu.

- Sé de quién falaba esa curiosa. Yo conocí a esi puntu. Yera de Llaviana, pero non de La Pola, paezme que de Carrio. Conocílu hai unos cuantos años, de la que paraba yo de rapaz pela Pista Fontoria de La Pola y pel Mádison de L'Entregu. Entós yera mui célebre, pasara media vida entrando y saliendo de la cárcel. Daquella traficaba con hachís y con anfetamines. Una nueche nel Mádison cuntóme a mi y a otru rapaz de Blimea la so hestoria. Acabante salir de la cárcel alcontrárase fuera con unos qu'andaben buscalu pa cobra-y nun sé qué deldes pasaes, él quería romper con aquella vida y escomenzara a trabayar na mina, sicasí nun yera a llibrase de los sos persiguidores. Escurrióse-y dir a una pasadora del agua (el dicía que de Sama) pa que-y esclarase los nublayones de lo que diba ser la so vida, agora que tentaba facer borrón y cuenta nueva. Ella nun vio más que forfugos y coses males, aconseyólu de nun volver a les andaes y siguir un camín derechu pa llibrase d'esos infortunios. Poco después detuviéronlu por mor d'unos trafullos que ficiera cuantayá y polos que-y pidía cuentes agora la Xusticia. Volvió a la cárcel. Ellí, unos policíes de la Secreta, propunxéron-y un tratu: podía quedar lliibre y col espediente llimpiu si s'acomodaba a facer un trabayu pa ellos, “nada comprometío pa ti” -aseguráron-y-, un asuntu pol qu'ellos se comprometíen a cubrilu en casu de problemes y que calificaron mui solemnes como “un serviciu al Estáu”. Ensin saber gota de la clase de trabayu que-y proponíen, él namás foi ver la posibilidá de salir de la cárcel y llibrase de toles causes pendientes qu'inda tenía. Aceptólo de bona gana...

Aquella hestoria tamién a mi me sonaba. Fui yo entós el qu'interrumpí al mio amigu. Alcordábame non namás d'aquella revista que nos enseñara Odilia, tamién d'otra, un exemplar del magazine “Interviu”, unos años después, nel que s'entrevistaba a los dos autores materiales del atentáu que tuvo a piques de costa-y la vida al líder independentista canariu Antonio Cubillo y que lu dexó nuna siella de ruedes, con secueles qu'enxamás diba curar. Ún d'aquellos hampones de poca monta yera asturianu, de Llaviana. Detrás d'ellos, usándolos como simples marionetes o ferramientes, aparecíen los aparatos del Estáu, los Servicios Secretos españoles y la sombra d'ún de los políticos más siniestros de la Transición, l'entós ministru del Interior, Rodolfo Martín Villa. Casualmente, nun diba muncho, tuviera la ocasión de ver el documental: “Cubillo: Historia de un crimen de Estado”, del realizador Eduardo Cubillo, sobrín del fundador del MPAIAC (Movimientu Pola Autodeterminación y la Independencia del Archipiélagu Canariu) y nel que tien un destacáu papel protagonista ún de los dos autores del atentáu, el qu'apuñaló a Cubillo con tol alma, mientres el so cómpliz (al que describe como un rapaz ensin munchu valor) vixilaba.

El mio amigu asintió. Tratábase de la mesma persona. Cuando él lu trató enchipábase de les amistaes que tenía na Policía y de que si dalguién tentaba fastidialu nos sos negocios diba alcordase d'él por cuenta esos contactos que caltenía coles autoridaes policiales. Sicasí, el mio amigu, recordábalu esentu de cualaquier fachenda, como un probe home, un puntu del que se ríen a la cara tolos delincuentes de verdá de la Cuenca porque, al pesar d'esos privilexaos contactos de los que presumía, yera dalguién apocáu, tremerosu, ensin munchu espíritu, dalguién qu'en vez de sangre, tal paecía que tuviera caldo nes venes.

Pregunté-y al mio amigu si sabía que fuera d'él. Nun esperaba que me falare d'una nueva vida, como la qu'al paecer allampiara de la que foi consultar el so destin a la nuestra pariente Odilia, reposada y nimbada d'una aurea mediocritas. De cualquier miente diome pena saber que la última vez que lu viera yera poco menos qu'una cadarma a la que-y quedaben enforma grandes los vaqueros de pitillo nos qu'arrastraba les patuques pel mercáu de los sábados en La Felguera pidiendo unes monedes a la xente que pasaba. El mio amigu llamólu pol nome y él nun lu conoció, tenía la mirada perdía, sabe Dios en qué escures llonxances.

  • ¿Y de la to pariente Odilia, qué foi? -preguntóme'l mio amigu.

Cunté-y lo que sabía, aquella última noticia d'una familiar bien cercana que fuera a que-y pasara l'agua y de que poco después acabara ingresada nuna residencia xeriátrica. De la so casa, lo que quedaba d'ella, pudi comprobalo, con un aquel de merniura irrefugable, una vez que pasé per ellí va unos meses, buscando los caminos perdíos de los díes d'inocencia. Ensin naide que morara nella la casa fuera esbarrumbando hasta convertise en cuatro muries arruinaes y ensin techu. Al través de la que fuera una de les sos ventanes, ente los escombrios, acolumbrábase un matu de lirios mustios que medrara ente los cascoxos y ortigues, acasu como la última alcordanza de que'l primer nome de la nuestra pariente, enantes del Odilia oficial, fuera Ofelia. Y unes roses amontesaes que s'enredaben ente los bardiales de malaherba y felechu, acasu pa remembrar qu'ellí hubo alcuando una mano que s'esmolecía por curiales. Una vida encesa de la que malpenes perduren les povises nuna conversa casual ente amigos que s'alcuerden d'hestories vieyes.